Agradezco la invitación de Rodrigo Abínzano para colaborar en este número de la revista Aún del Foro Analítico del Rio de la Plata. La propuesta es poder traer algunas puntuaciones sobre el tema del próximo Simposio Interamericano que se llevará a cabo en San Juan de Puerto Rico, en junio del próximo año. Segregación y singularidad fue el título elegido para el simposio, y es sobre la segregación que estaré haciendo algunas elaboraciones. Se trata sin lugar a duda de un referente de particular actualidad pues sus múltiples aristas se despliegan cada vez más por todo el planeta. Cabría sin duda precisar lo que distingue la segregación de la exclusión y la discriminación. Interrogarnos sobre las condiciones para su incesante despliegue y sus repercusiones en los modos actuales de pensar el lazo social y trabajar en la clínica. Incluso más, cabría interrogar el alcance de ese significante para dar cuenta de aquello que intenta cernir. ¿Cómo poner en perspectiva las enseñanzas de Freud y las advertencias de Lacan sobre esa vertiente cada vez más avasalladora de la acción humana? ¿De qué manera nos incumbe pensar e incluso actuar sobre las aristas raciales, sexuales, culturales, educativas, económicas, institucionales y psicoanalíticas de la segregación? ¿Cuáles son los desafíos que enfrentamos los psicoanalistas que no estaríamos dispuestos a rendirnos ante lo que Lacan llamaba “los impases crecientes de nuestra civilización”? (Lacan, 2012a, 349); ante lo que llamaba, en el contexto de la marginación de la dialéctica edípica, "el ascenso de un mundo organizado sobre todas las formas de segregación"(Lacan, 2012b).

 

Ya no se trataba del poder pastoral y sus efectos de segregación ni de las vertientes segregativas vinculadas al Amo antiguo. Para Lacan, la mundialización que se desplegaba, bajo el universalismo de la ciencia, tenía como corolario una extensión cada vez más oscura y contundente de los procesos de segregación. Con ello, advertía a los psicoanalistas, hace 55 años los desafíos del horizonte de una época en pleno desenvolvimiento. Se trataba de una coyuntura histórica que conjugaba el avance del capitalismo neoliberal, la emergencia del discurso de la ciencia y la modernización del amo bajo las envolturas del saber. En esa encrucijada, que impactaba radicalmente los modos de hacer lazo social, emergían nuevos procesos de segregación y de exclusión social. Las obras Historia de la Locura e Historia de la sexualidad, escritas por Michel Foucault, ilustran dos campos y figuras sobre los que la segregación, como efecto discursivo, habría operado con su fuerza fulminante: las locuras por supuesto, pero también todas las llamadas desviaciones de la sexualidad, con la consecuente dominación y control sobre los cuerpos.

 

Las premisas del discurso de la ciencia permitían justificar un nuevo y amplio espectro de prácticas segregativas y de control, a partir del binomio normalidad/anormalidad. El afán normativo que emergió de esa dupla, y que se ha ido imponiendo cada vez más en las instituciones de salud y educativas, tendría sin embargo que ponderarse a partir de dos advertencias. Una es de Foucault (1996) para quien los saberes están ubicados de forma estratégica en el mapa social, económico y político. de manera que se excluya todo saber y discurso que intente poner en cuestión un oficialismo que pretende ejercer un control desde el poder al interior de la sociedad. La otra observación es de Lacan quien, en una entrevista realizada por Françoise Wolff, advertía en 1972 que "Ningún analista puede autorizarse, desde ningún ángulo, a hablar de lo normal, -ni tampoco de lo anormal. El analista, en presencia de una demanda de análisis tiene que ver si es propicia a lo que el proceso analítico se compromete, “zapatero a tu zapato”, ¿en nombre de qué el analista hablaría de una norma cualquiera, de una norma mala, de una norma “macho?”. (Wolff, 1972)

 

Pero la llamada salud pública, y sus recursos -la epidemiología y la bioestadística- han viabilizado un amplio espectro de prácticas segregativas y de control, con el recurso de ese binomio normalidad/anormalidad. No en vano Foucault (2007) formuló su idea de la biopolítica para destacar el poder de gestionar las poblaciones respecto a la salud, las migraciones, la reproducción, la educación, la alimentación y los modos de hacer y desplegarse. En cada uno de estos campos se trataría de la apropiación de los cuerpos sometidos a las normas dictadas por el poder en turno del Estado. En esos excesos del control frecuentemente dirigido a las poblaciones vulnerables se perfilan también las prácticas de segregación que pueden traducirse en formas de explícitas de confinamiento o en formas más veladas de separación y estigmatización.  Pero ese ejercicio del biopoder tiene un precio a pagar para mantener la seguridad y un semblante de equilibrio y ordenamiento: el sometimiento a las normas y la claudicación del poder ciudadano que da rienda suelta al despliegue del poder del Estado, o la violencia del estado si se elige la vía del desafío o el incumplimiento de las normas establecidas. Agamben (2004) retomó el concepto de biopolítica para hablar del estado de excepción que puede tomar forma de segregación a partir de la imbricación de la violencia y el derecho. Para el autor, vivimos, sin percatarnos, en una guerra civil legal a través del estado de excepción que permite la suspensión de los derechos para garantizar su continuidad. En esa coyuntura de excepción, se podrían crear espacios anómicos en donde se jugaría una fuerza de ley sin sustento legal. Un ejemplo de ello ha sido Guantánamo y los ejercicios de tortura -sobre todo psicológica- que allí se han ejercido; más recientemente, las puestas en jaula de niños inmigrantes en la frontera de México y los limbos geográficos en los que se colocan a los millones de refugiados a través del mundo, si es que logran llegar con vida al lugar al que se dirigen. Se trataría de espacios anómicos de segregación que desdibujan la humanidad, la subjetividad, la singularidad de los que allí son ubicados; y los que detienen el poder, lo hacen a partir del trenzado de la impudicia, el goce y la impunidad.

 

En la Proposición del 9 de octubre de 1967…, Lacan planteaba que el discurso de la ciencia, en conjunción con el capitalismo de mercado, estaba produciendo una universalización y una homogeneización que daban paso a un movimiento reactivo inverso que implicaba la creación de particularismos y barreras que restablecían prácticas segregativas aún más violentas. Por ello en su pequeño discurso a los psiquiatras, advertía:

El hecho de que se borren las fronteras, las jerarquías, los grados, las funciones reales y otras, incluso si eso permanece bajo unas formas atenuadas, cuanto más sigue eso, más va tomando eso un sentido muy diferente, y más eso se vuelve sometido a las transformaciones de la ciencia, más es lo que domina toda nuestra vida cotidiana y hasta la incidencia de nuestros objetos a. [...] los progresos de la civilización universal van a traducirse, no solamente por un cierto malestar, como ya se había dado de cuenta de ello el señor Freud, sino por una práctica, que verán que va a volverse cada vez más extendida, que no dejará ver inmediatamente su verdadero rostro, pero que tiene un nombre que, aunque se lo transforme o no, siempre querrá decir lo mismo y que va a suceder: la segregación. (Lacan, 1967).

 

Convidaba a los psiquiatras a pensar no solo el alcance de la universalización sobre las distintas prácticas clínicas sino a interrogarse por los efectos de segregación en la práctica particular de la psiquiatría. ¿Qué lugar darle al sujeto en esta coyuntura de borradura de las singularidades? ¿Qué efectos tiene la pretenciosa ambición del todo saber que el nuevo discurso introduce? ¿de qué manera aparece y se sostiene la segregación en la práctica psiquiátrica? ¿cuáles son las consecuencias en el lazo social? Sabemos que muchas de sus advertencias fueron descartas pues la fascinación que ejercía el “terreno seguro de la ciencia”, se conjugaba en ese momento con el surgimiento de las neurociencias y de la psicofarmacología. Pero su advertencia era contundente: el auge de la universalización y de la globalización tendrían como corolario el auge de la segregación, pues pareciera que el único modo de tratar lo que no encaja en esa espiral globalizante, a saber -las diferencias, el deseo y el goce singular-, serían las prácticas segregativas.

 

En esa época de la postguerra que parecía consolidar no solo logros científicos sino culturales, incluyendo los procesos de descolonización en África y el despliegue de las apuestas por los derechos humanos, Lacan profetizaba que el acercamiento, la universalización y la comunicación de los grupos humanos provocaría lo contrario de lo que cabía esperar: una exigencia de barreras, el refuerzo de las segregaciones y la extensión de sus ramificaciones. Atemperando el optimismo de esa época, Lacan convidaba a recurrir a las enseñanzas de Freud sobre la complejidad de los vínculos humanos, en textos como Tótem y tabú (1912), Psicología de las masas y análisis del yo (1921), El porvenir de una ilusión (1927) y, sobre todo, El malestar en la cultura (1930). Las lecciones de las grandes guerras no podían borrarse, en particular aquello que de las prácticas segregativas había encontrado sus mortíferos despliegues en los campos de concentración y de exterminio.

 

Una segregación ligada a la estructura

Aclaremos, sin embargo, que las prácticas de segregación que se despliegan en resonancia con las coordenadas de la época y que son entonces solidarias del discurso dominante, no se confunden con la dimensión estructural de la segregación, que deriva de la puesta en juego del lenguaje y de la estructura de los discursos. Podríamos decir que la segregación es un hecho de cultura: a la vez condición para su surgimiento y efecto inevitable de la misma. Asunto social y a la vez asunto singular. Podríamos decir que la segregación es una marca ineludible del lazo social en el sujeto y que cada vez con más frecuencia, la historia que el sujeto narra en análisis trae esa dimensión íntima de la segregación y sus efectos. Pero por supuesto no todo sujeto padece la segregación y sus estragos de la misma manera.

 

Con Freud, pensar la segregación remite ineludiblemente a la pregunta por la identificación. Este acto psíquico, soporte necesario para la constitución de la vida en grupo, hace de la segregación su corolario ineludible. Lacan confirma este hecho de estructura en su seminario XVII al analizar el mito de la horda primitiva desplegado por Freud en Tótem y Tabú. En ese seminario, El reverso del psicoanálisis (1992), Lacan distinguirá la función crucial de la fraternidad en el surgimiento de la segregación. Esa fraternidad emerge con el asesinato del padre y el pacto de no ocupar ese lugar de excepción, y sella para esos hermanos la común renuncia al goce que ese lugar permitía. Si la segregación y la fraternidad están estrechamente vinculadas en esta lectura de Tótem y Tabú, es porque la segregación se basa en la exclusión del goce reservado al padre con respecto a la madre. Hay un goce prohibido en virtud de un ideal simbólico cuya consistencia reside en el padre. Destacando las consecuencias que siguen al asesinato del padre: el pacto fraterno y la emergencia de la ley, nos dice “Este empeño que ponemos en ser todos hermanos prueba evidentemente que no lo somos. Incluso con nuestro hermano consanguíneo, nada nos demuestra que seamos su hermano, podemos tener un montón de cromosomas completamente opuestos” (Lacan, 1992, 120). Por lo tanto y aquí es contundente, “Solo conozco un origen de la fraternidad.... Es la segregación. [...] Incluso no hay fraternidad que pueda concebirse sino es por estar separados juntos, separados del resto, no tiene el menor fundamento, como acabo de decirles, el menor fundamento científico” (Lacan, 1992, 121).  Es un momento crucial en la enseñanza de Lacan orientado a la construcción de los discursos y a pensar los modos posibles de hacer lazo social integrando en la ecuación cuatripartita un elemento que escapa al orden significante y remite al registro de lo real. La idea de la fraternidad está en el corazón de su reflexión pues implica la renuncia necesaria a la satisfacción total, para posibilitar un lazo con el otro.

 

El alcance de la segregación estructural había sido planteado en su escrito “La instancia de la letra en el inconsciente...”, al hacer referencia a la “segregación urinaria”. Lo indicaba así:

en la imagen de dos puertas gemelas que, junto con el urinario ofrecido al hombre occidental para satisfacer sus necesidades naturales fuera de su casa, simbolizan el imperativo que parece compartir con la gran mayoría de las comunidades primitivas y que somete su vida pública a las leyes de la segregación urinaria" (Lacan, 2009, 477).

Ese señalamiento plantea una forma de exclusión en el universo de los humanos e ilustra el artificio y el poder del lenguaje para introducir una diferencia que hace colapsar la falacia de la identidad. Esa marca simbólica introduce una lógica binaria ante la cual el sujeto tendría que hacer una elección y una renuncia. Al respecto Soler subraya que

el lenguaje no sólo tiene efectos de significación que se desdibujan sino efectos muy reales, que está en contacto con el orden social que regula, con el consentimiento de los sujetos, la gestión de los cuerpos, concretamente aquí las modalidades de satisfacción de sus necesidades, porque, con el urinario, se trata de la imposibilidad de evitar una necesidad que satisfacer (Soler, 2017).

 

Entonces, el lenguaje opera sobre los cuerpos, sobre los espacios y sobre los lazos sociales y los modos en que se ordenan y mandatan los goces. Nombrar tiene efectos de contundencia sobre la realidad. Por ello quizás Lacan lo reiteraba en el Seminario XVII al plantear que:

En la sociedad... todo lo que existe se basa en la segregación. […] Nunca se ha acabado del todo con la segregación. Puedo decirles que siempre encontrará la ocasión para arraigar más y mejor. Nada puede funcionar sin eso - esto ocurre aquí, en tanto el a, el a bajo una forma viviente, por muy aborto que sea, manifiesta que es efecto del lenguaje (Lacan, 1992, 192).

 

Todo niño, nos recordaba, se las tiene que arreglar con las marcas del lenguaje por medio de aquellos que le preceden quienes a su vez están atrapados con la generación previa y así sucesivamente. Un par de párrafos antes recordaba además que ese a, “es lo que todos ustedes son, en tanto están puestos ahí - cada uno el aborto de lo que fue, para quienes le engendraron, causa del deseo. Y ahí es donde ustedes deben reconocerse, el psicoanálisis se lo enseña” (Lacan, 1992, 193).

 

Cabría decir entonces que la segregación es un efecto del lenguaje, pero no sin el discurso, pues es con éste que se perfila el lugar y la función de aquello que escapa al orden del significante y nos remite al campo del goce. Sabemos que cada época es conmovida particularmente por un discurso que domina los modos de hacer lazo social y que prescribe o proscribe los modos de goce posible. La segregación estaría en la base de los discursos que estructuran los vínculos humanos y todas las organizaciones sociales y a través de ella, se constituyen separándose y concentrándose en sí mismas.

 

En 1968, en referencia a una charla de Michel de Certeau dictada en 1968, planteaba lo siguiente:

Creo que en nuestro tiempo, la huella, la cicatriz de la evaporación del padre, es lo que podríamos poner bajo el epígrafe y el título general de segregación. Creemos que el universalismo, la comunicación de nuestra civilización homogeneiza las relaciones entre las personas. Creo, por el contrario, que lo que caracteriza a nuestro siglo, y no podemos dejar de notarlo, es una segregación ramificada y reforzada, que se cruza a todos los niveles, y que no hace sino multiplicar las barreras” (Lacan, 2015).[1]

 

Sabemos que la ciencia con sus tecnologías ha viabilizado ofertas de transformaciones radicales que pulverizan los modos tradicionales en que el lenguaje sostenía las diferencias y el Otro era suficiente para sostener ciertos ordenamientos y modos de convivencia. El discurso capitalista, el de los mercados que propone la globalización y las falacias de libertad y felicidad en sus vertientes de circulación, consumo, transformación y goce, pareciera romper todas las fronteras imaginarias y simbólicas, lo que se traduce como una gran amenaza de disolución y decepción. Allí entonces vemos como emergen los nacionalismos, los racismos, los muros, las prácticas segregativas y el corolario de todas ellas, el individualismo feroz. El discurso capitalista ha ido socavando las bases de la solidaridad y de la posible convivencia. El Gran Hermano del que hablaba Georges Orwell en 1984, poco tiene que ver con la fraternidad de la que Freud hablaba, pues se soporta de una tecnología de vigilancia al servicio del confinamiento y/o de las prácticas segregativas más duras y feroces.

 

En Televisión,  le preguntaban a Lacan ¿De dónde le viene a Ud. la seguridad de profetizar un ascenso del racismo?, a lo que Lacan respondía:

Porque no me parece divertido y sin embargo es verdad. En el desvarío de nuestro goce, sólo existe el Otro para situarlo, pero sólo en tanto que estamos separados. De ahí las fantasías, inéditas cuando no nos mezclamos. Lo que no se podría es abandonar a ese Otro a su modo de goce, sino a condición de no imponerle el nuestro, de no tenerlo por un subdesarrollado. Agregándose a eso la precariedad de nuestro modo, que desde ahora no se ubica más que del plus–de–gozar, el que no se enuncia de otra manera, ¿cómo esperar que se prolongue la class=SpellE>humaniterería obligada de que se visten nuestras exacciones? (Lacan, 1993, 115).

 

Lacan ponía el acento en el campo del goce para perfilar el auge del racismo y las prácticas de la segregación, aunque con mucha frecuencia disfrazadas respecto a su objetivo y su alcance. El extravío de nuestro goce, al que hacía referencia en esa cita, cuando no tiene referentes que le apacigüen, estaría en el fundamento del despliegue del odio, del odio del Otro. ¿Cómo posicionarnos ante el embate irrefrenable del odio y la segregación? Por supuesto que no se trataría de rescatar y recuperar la vía del padre, ni tampoco hacer caso omiso a las derivas segregativas de nuestra época pues el psicoanálisis está concernido por el modo en que el malestar de la civilización se despliega en tanto el sujeto está siempre atravesado por las coordenadas del discurso que le atrapa, ocupándose justamente de todo aquello que la ciencia rechaza.

 

A modo de conclusión

He escrito este trabajo en un tiempo en que la extrema derecha fascista ha llegado al poder en Italia y sus efectos de fascinación se extienden como pólvora. Ese auge que nos toma por sorpresa, en realidad no debería sorprendernos tanto, pues lo que sostiene esa ideología permite a aquellos que se acercan, encontrarse con el horror, la desmesura y el goce que se encuentran constreñidos en otros escenarios políticos. Ese cielo abierto e incluso reivindicación de la impudicia, es decir, a la ausencia de pudor y vergüenza de mostrar el odio, la segregación y el racismo y declinarlo en actos públicos, deja claro que ese que llamamos enemigo está demasiado cerca pues nos habita.

Y a la vez que pensaba eso, pensaba también en lo que hacemos en nuestros foros y en nuestra Escuela: reunirnos, hablar, tejer lazos, desplegar palabras, poner a jugar los deseos, uno por uno. Allí quizás hay un contrapunto posible a las derivas segregativas que enfrentamos. Allí quizás podemos retomar la propuesta temprana de Lacan sobre la fraternidad discreta, de la cual había hablado casi al finalizar su escrito sobre la agresividad en psicoanálisis. Apostando por nuestros intercambios y por el cultivo de nuestra comunidad de experiencia, les convido del 23 al 25 de junio del próximo año al V Simposio Interamericano a realizarse en San Juan de Puerto Rico.

 

Referencias

-Agamben, G. (2004) Estado de excepción (Homo sacer). Ed. Adriana Hidalgo.

-Foucault, M. (1996) Tecnologías del yo, trad. Mercedes Allende Salazar. Paidós.

-Foucault, M. (2007) Nacimiento de la bio-política, trad. Horacio Pons. FCE

-Lacan, J. (1967) Breve discurso a los psiquiatras.www.ms.gba.gov.ar

-Lacan, J. (1971) “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”. Escritos 1, Siglo XXI.

-Lacan, J. (1992) El Seminario. Libro 17. El Reverso del Psicoanálisis. Paidós. (p.121,193,192)

-Lacan, J. (2012a) El Psicoanálisis: razón de un fracaso, 1967. En J. Lacan: Otros Escritos (361-370), Paidós.

-Lacan, J. (2012b) “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”, 1967. En J. Lacan Otros Escritos (261-279). Paidós.  p. 257.

-Lacan, J. (1993) Psicoanálisis, Radiofonía & Televisión. Anagrama.

-Lacan J. (2015) « Note sur le père », La Cause du désir, n°89, Paris, Navarin, mars 2015, p. 8.

-Soler, C.(2017)  “Sobre la segregación”. En: Incidencias políticas del psicoanálisis. S&P Editores.

-Wolff, F. (1972) Entrevista a Jacques Lacan por Françoise Wolff (1972)  www.elsigma.com



[1] Lacan J., « Note sur le père », La Cause du désir, n°89, Paris, Navarin, mars 2015, p. 8. (traducción de María de los Angeles Gómez)



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