El interés que propongo para este
texto radica en poder establecer una pregunta fundamental que viene circulando
para mí desde hace algunos años: en las instituciones psicoanalíticas de
diversa índole, con la tendencia creciente de los últimos años a pensar en la política del psicoanálisis o en una política del psicoanálisis, ¿existe
algo como tal, es decir: una política del psicoanálisis o en definitiva un
discurso de amo? Puede observarse, entonces, que establezco en primer término
una oposición entre, tal vez, una política del psicoanálisis y el discurso de
amo. Es un contrasentido porque desde el inicio afirmo que esta oposición sólo
es aparente, ilusoria; encontramos que más bien la política tiene una íntima
conexión con el discurso de amo y estos dos elementos se dinamizan en una
suerte de movimiento topológico de banda de Moebius[1], en el
cual se puede encontrar lo extranjero en lo más íntimo, tal como Freud (1992)
lo propuso en relación con Lo siniestro.
I
En primera instancia, encontramos con facilidad que el
término política en el campo del psicoanálisis no es de reciente aparición. De
hecho, hay dos cuestiones a destacar en este punto: por un lado, que Freud
trató el término, con ciertas particularidades, en algunos fragmentos de su
obra – puede recordarse la conocida referencia a la política del avestruz
(Freud, 1995), definiéndola como una posición del sujeto en la cual desprecia
su propio síntoma, fragmento sobre el cual podemos preguntarnos: ¿fue la única
vez que Freud utilizó el término? También encontramos las posturas políticas
del propio Freud descritas en varios documentos, libros, textos y artículos,
designándose él mismo a través de una frase que ha hecho correr mucha tinta:
“políticamente, no soy nada” (Jiménez Burillo, 1993; Allouch,
1998; Yospe, 2012; Avolio,
2022); ser situado por algunos comentaristas como ¿apolítico? – destacando la condición de la interrogación – (Pommier, 1987); o definido como un hombre partidario de la
monarquía del Imperio austrohúngaro y su continuidad, ya que no creía que las
masas pudieran gobernarse a sí mismas (Roudinesco,
2016); también identificado como un joven entusiasta y convencido de la opción
militar (Jiménez Burillo, 1993), espejismos que desaparecieron prontamente por
diversas experiencias de su propia vida.
Por otra parte, encontramos que
muchos psicoanalistas, de diversas orientaciones, han planteado la cuestión de
relación que la política tiene con el psicoanálisis, relación indeterminada,
puesto que parte desde innumerables concepciones teóricas, tanto para la
política misma como para el psicoanálisis para fundamentar cualquier tipo de
reflexión, algo que no es necesariamente negativo porque indica los intentos
existentes por pensar la cuestión desde diversos lugares.
Del conjunto anterior: uso del
término política por parte de Freud,
la posición política del hombre Freud y los intentos de esclarecimiento de los
analistas, extraemos algunas consecuencias para el campo psicoanalítico que nos
proponemos interrogar: a) a menudo los autores hablan de política en un sentido
amplio y que engloba diferentes dimensiones: las cuestiones pasadas o actuales
del mundo, relaciones del sujeto con los otros, análisis de hechos sociales
(masas psicológicas, racismo, segregación, migraciones, genocidios, aniquilación
del otro, etc.), orientaciones políticas de derechas o izquierdas, diversas
formas de totalitarismos, es decir, hechos que tienen que ver más con una vida del psicoanálisis en la polis, si así podemos expresarlo. En
definitiva, se equipara, sabiéndolo o no, política y
psicoanálisis con sus vicisitudes en el lazo
social; b) existen algunos intentos decididos para separar una política del
psicoanálisis, como política de lo real o cualquiera de sus denominaciones, del
discurso del amo (Lacan, 2008) o del poder (Foucault, 2000). Estos intentos
denotan una intención explícita que propone que la política del psicoanálisis
sería un elemento radicalmente diferente del discurso del amo, lo que, a
nuestro modo de ver, produce un efecto de opacidad en la relación siempre
presente entre política, en cualquiera de sus formas, con el psicoanálisis
emparentado al de discurso de amo o de ejercicio de poder, es decir, intentar
esta separación, sin reconocer claramente esta relación del psicoanálisis con
la política, tal como aquí la planteo, sin medir sus consecuencias, genera un
ocultamiento específico que suele producirse en determinadas coordenadas de la
experiencia con la negación correspondiente o la evitación de la mirada sobre
los hechos, por ejemplo: en las instituciones analíticas donde se efectúan
juegos de poder que no son reconocidos por sus miembros. Retomaremos este
punto; c) entender el psicoanálisis con la política como la forma de gobierno,
ha generado diferentes concepciones que permiten encontrar versiones del
psicoanálisis que producen nuevos esclarecimientos, pero también confusiones
entre una política del psicoanálisis, política lacaniana, con la política en un
sentido más general. ¿El resultado? La conocida izquierda lacaniana (Alemán, 2000; 2003;
2009; Stravakakis, 2007; 2010; Montalbán, 2014) o el
movimiento de creación de un partido político de derecha por parte de
Jacques-Alain Miller, ZADIG (Zero Abjection Democratic Inernational Group), por sus
siglas en inglés, con sus respectivas militancias en la actual Francia
(Barreiro Aguirre, 2019), por si alguno pensaba que el psicoanálisis es para
personas, en cuanto a sus orientaciones políticas, solamente de izquierdas.
II
No tenemos como finalidad para el
presente texto definir lo que sería una política del psicoanálisis, entendiendo
que el término presenta ciertos equívocos en este punto de desarrollo. Más bien
buscamos interrogar el lugar que tendría el discurso del amo en una política
del psicoanálisis, si es que lo tiene, así como también situar el lugar que
podría presentar en las instituciones analíticas. Esto no es nada nuevo porque
sabemos que, desde siempre, el narcisismo de las pequeñas diferencias, el
ejercicio del poder o el discurso del amo ha producido consecuencias nefastas
en la relación entre analistas congregados en dichas instituciones; sin
embargo, buscamos esclarecer esta relación entre política del psicoanálisis y
discurso de amo en las instituciones analíticas más allá de otras definiciones
sostenidas por algunos analistas de diferentes orientaciones.
Para poder lograr lo anterior, es
necesario dar algún tipo de rodeo por ciertas cuestiones preliminares que
permitan situar mejor el estado de la cuestión. En este sentido, podemos partir
de una pregunta fundamental: ¿la política sería igual a la política del
psicoanálisis? Es evidente que no. En este sentido, para esclarecer un poco el
ejercicio, primero podemos afirmar que la política, de modo general, implica el
gobierno sobre los sujetos en las diferentes formas de organización del Estado.
No obstante, más allá de esta lógica inicial, podemos invocar la definición que
el mismo Lacan (2009a) trae de la política a partir de lo planteado por
Clausewitz (1984): la política es la continuación de la guerra por otros
medios. Esta definición presenta una particularidad llamativa porque designa
toda una serie de concepciones que determinan un lugar de especial importancia
en torno a la política y la historia, sintagmas como la guerra es la partera de la historia o la política es la continuación de la guerra por otros medios son
ejemplos dicientes de ello.
Más allá de lo expuesto, ninguna de
estas definiciones se encuentra cercana con lo que sería una política del
psicoanálisis.
¿Entonces, qué camino podemos tomar?
Existe una afirmación famosa de Lacan (2009b) en La dirección de la cura, que ha sido muy comentada y citada, en una
suerte de equívoco, donde habla de la política emparentándola con el
dispositivo analítico: “vayamos más lejos. El analista es aún menos libre en
aquello que domina estrategia y táctica: a saber, su política, en la cual haría mejor en ubicarse por su carencia de
ser que por su ser” (p. 569). Sabemos que Lacan tomó como base los tres ejes
propuestos por Clausewitz (1984) en su libro titulado De la guerra, a saber: estrategia, táctica y política (Almira, 2019), pero, ¿esta podría ser esta una política del
psicoanálisis? Inicialmente podríamos sostener que no, en el sentido de que
esta afirmación presentaría más una política del analista, como él mismo
afirma, en su relación con la cura, que un intento de definición de lo que
sería una política del psicoanálisis en cuanto tal. Las exégesis sobre este
fragmento podrían ser numerosas, pero inicialmente hablamos de dos asuntos
diferentes[2].
III
Un rodeo más indicaría retomar el
postulado de la política del psicoanálisis como una política de lo real o un
tipo de política que tenga que ver con lo real[3]. Alguna
definición que intenta delimitar, en primera instancia, esta política de lo
real se propone a partir, por ejemplo, de una
valerosa mirada que no sucumba a la fascinación (Mesa Duque, 2020); ésta se
entiende del siguiente modo:
(…) lo que no puede
no verse es que hay compromisos que
pueden asumir los psicoanalistas que tienen el valor de actos políticos, como
la idea de Freud de reivindicar el valor de la libertad de acción sin el peso
de los discursos socialmente dominantes, y en este sentido proponer la idea de
una educación que implica al psicoanálisis, suficientemente subversiva como lo
hemos señalado arriba. Su oposición frente a las injusticias sociales y
culturales; su oposición frente a la tiranía moral; su voluntad decidida de
desenmascarar los sueños, las quimeras de la humanidad, la humanidad que
prefiere seguir soñando, pero también en los diferentes textos en los que pone
de manifiesto que la naturaleza humana es una naturaleza que tiene la impronta
de la pulsión de muerte y en consecuencia: “la verdad oculta detrás de todo
eso, el hombre no es una criatura tierna e indefensa… a la tesis de que es la
cultura la responsable de las represiones, desenmascarando la verdad; pero
desenmascarando también las grandes instituciones como la religión” (Mesa
Duque, 2020, p. 386).
Esta vía propuesta por la autora
tiene su importancia, puesto que indica algunos elementos a tener en cuenta
para esclarecer la cuestión. Dos indicaciones sobre este fragmento: por una
parte, la frase una valerosa mirada que
no sucumba a la fascinación es recreada a partir de una sección del Seminario 11, Los 4 conceptos fundamentales del psicoanálisis, donde Lacan (1995)
propone que, en el asunto del nazismo, en términos del objeto de sacrificio,
prevalece una suerte de monstruosa
captura sobre los sujetos, captura en la cual se encuentra la fascinación
del sacrificio del otro o de uno mismo. En segunda instancia, habría que situar
con mesura los elementos propuestos en términos de que una política de lo real
tendría que ver con ciertos actos políticos, puesto que este punto de afrontar
lo real solamente ha valido para algunos hombres, entre los cuales refulge el
nombre de Sigmund Freud. Sin embargo, si lo real es un fuera de sentido al que
se enfrenta un sujeto al final de su análisis, no podemos afirmar que estos
mismos elementos sirvan para una política del psicoanálisis puesto que este
punto de afrontar lo real implicaría que cada sujeto pueda inventar una
posición nueva con respecto de ese real, una posición singular, una posición
que tal vez no tenga nada que ver con ningún otro o ningún Otro. ¿Qué podría
decir esto? Que no hay fórmulas estándar para pensar una política del
psicoanálisis como política de lo real y, en definitiva, cada invención de cada
sujeto con respecto a lo real es singular, diferente, única: no habría
elementos universales que permitan definir esto
es la política de lo real y esto no.
Sobre este tema que venimos
abordando, podemos definir, tal como hicimos con el fragmento de La dirección de la cura, ¿qué puede
definirse solo como una política del analizante, más que como una política de
lo real, es decir, del psicoanálisis? Recordemos que un tratamiento
psicoanalítico lacaniano tiene la particularidad de permitir al analizante
enfrentar lo real, es decir, enfrentar lo incurable de su ser (Lacan, 2012a) y
este sentido del final del análisis permitiría a un sujeto tomar una posición
con los elementos descritos por Duque Mesa (2020), pero solo en algunos casos,
en otros, como afirmábamos anteriormente, estos elementos no se establecerían
porque cada afrontamiento de lo real es diferente en cada caso, implica una
posición radicalmente distinta de uno a otro, es decir, imposible de
generalizar.
Una política de lo real operaría, a
nuestro modo de ver, de otra manera. Intentaremos unir lo que antes definimos
en términos de la política del analista, política del analizante y política de
lo real. Si pensamos estos tres términos en torno al operador lógico del final
del análisis, final en el cual hay un afrontamiento de lo incurable del sujeto,
podemos plantear que todo se encuentra articulado del siguiente modo: un sujeto
arriba a un análisis, este análisis le permite llegar al final, es decir a lo
incurable, por lo cual podría forjar esta posición singular ante lo real de la
cual venimos hablando; ¿qué permitiría seguir a este planteamiento? Que la
propuesta de Lacan radica en que un analizante que ha llegado hasta el final de
su análisis puede ocupar el lugar del analista (sea que lo haga o no
efectivamente) y este analista ocupará este lugar desde su carencia de ser. De
modo que, los tres elementos estarían unidos de manera constante: un analizante
que enfrenta lo real de modo singular, un analista que en su política detenta
la carencia del ser unidos por una política de lo real: inventar una posición
como sujeto y ser objeto a en el
dispositivo analítico.
En todo caso, esta reflexión podría
constituir una política de lo real, solamente entendiendo, que este real del
que aquí se habla es el real fuera de sentido, ya que hay muchos reales. Por
otra parte, tampoco pensamos que pueda constituirse como dogma, ideología y,
con ellos, que aparezca el peligro siempre presente en términos de un retorno
al padre y, así planteado, un retorno a la religión: la política del psicoanálisis
lacaniano es la única verdadera o si no es la política de nuestro campo
lacaniano no es la correcta…
IV
Pero, ¿qué es lo que pasa en
términos de este peligro siempre presente sobre la política del psicoanálisis?
Encontramos que lo que ocurre en muchas instituciones psicoanalíticas de
diversa índole es muy diferente a una política de lo real descrita en los
términos anteriores. En esta medida, encontramos que lo político ya no se
define en términos de lo real, sino de este empuje siempre presente al manejo
del poder. Acentuamos un poco más el énfasis en esto, por cuanto que en algunas
instituciones analíticas detectamos cierto tufillo de silencio frente al
ejercicio del poder, posición peligrosa que desconoce esta relación inexorable
entre política (como discurso de amo) y psicoanálisis, de hecho, podemos ver
sus consecuencias justamente dejando de lado lo afirmado como política de lo
real.
Sabemos que Lacan (2008) propone que
el discurso del amo busca dominar, así como todos sus posibles deslizamientos
en un cuarto de vuelta (histérica, universitario con excepción del discurso
analítico). Esta definición simple delimita la función que tiene el discurso
del amo en determinar un ejercicio de un poder sobre los otros. No se
desconocen las otras funciones que tiene este discurso, pero este elemento de
dominancia, de poder, es un elemento fundamental para entender el asunto que
estaría implicado en las instituciones analíticas.
Este efecto de opacidad, que se
produce cuando se intenta separar la política del psicoanálisis con el discurso
del amo, entendido como un ejercicio del poder, genera que lo excluido retorne
en la vida de las comunidades analíticas con los efectos propios de
desconocimiento para sus propios integrantes. Para sustentar esto quiero
comentar dos situaciones. La primera hace referencia a una Cita Internacional
donde un analista expone un trabajo sobre homosexualidad y psicoanálisis y otro
analista se levanta y lo silencia, ninguno de los presentes hizo nada. En una
segunda situación, en 2013, un analista reprende a otro porque las sesiones de
análisis no se hacen por teléfono, ni vía on-line, concluyendo de forma
determinante que eso no es psicoanálisis.
Para que eso sea un psicoanálisis es necesario viajar cada cierto tiempo
y tener un número específico de sesiones para poder autorizarse como analista.
Tomamos estos dos casos solamente
para ejemplificar este intento de ejercicio de poder en las instituciones. Como
podemos ver, lo que captamos, reflexionamos y discutimos como política del
psicoanálisis queda abolido en estos momentos en los cuales aparece el discurso
de amo en toda su expresión. ¿Qué se espera de una comunidad analítica que se
encuentra advertida, esto se supone, de la función del discurso del amo y sus
efectos sobre el lazo social que todos constituimos? No sé si sea ilusorio:
pero tal vez se esperaría que, en estos escenarios un sujeto pueda esgrimir sus
ideas y argumentos, a la vez que no sea silenciado por otro que se supone igual
a él. ¿Acaso Lacan (2012b) no sostuvo en un épars désassortis en una Escuela para mostrar
esta dispersión contraria al Uno (Martínez, Rostagnotto
y Buttini, 2021) que se establecería a partir de un
pensamiento único o de un ejercicio del poder en el discurso de amo que nos
quiere a todos iguales?
Referencias
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[1] La banda de Moebius es una
figura topológica que se establece a partir de producir un corte en una banda
corriente y una torsión en uno de los extremos para volver a unirlos. Se trata
de una superficie no orientable, puesto que sin depender del momento del recorrido no hay adentro o
afuera, es decir, tiene una sola cara y un solo borde.
[2] Carencia de ser del analista entendida en referencia a: interpretación,
transferencia, dirección de la cura a condición de no dirigir al paciente, uso
cero de un poder ejercido por parte del analista, carencia de ser como función
de objeto a en el análisis…
[3] Ejemplo: Sosa (2007), Martínez
y Alves-Bezerra (2018), Silva (2021), Mesa Duque (2020).