Para iniciar nuestro tema, y como una suerte de homenaje a
Freud y a Lacan, me gustaría decir que, respecto a la cuestión de la política,
tomada en sentido amplio, ambos se han ocupado manifiestamente del tema. Cada vez que se pone en juego la articulación
entre la clínica analítica y su ética, estamos en el campo de la política del
psicoanálisis. En el desarrollo de nuestro trayecto, intentaremos precisar su
especificidad.
Todavía tenemos algo que aprender de Freud, sin duda uno de
los pensadores menos sumisos a los discursos de su época e inclusive respecto a
su propia doctrina. Conocemos el estilo
freudiano de construir los conceptos, se trata de una práctica de la
dificultad, y de una permanente interrogación de los obstáculos clínicos que
fueron delimitando el campo de nuestra praxis. En esto Lacan ha sido freudiano,
no es sin cierto encuentro imposible al que somos confrontados, ese real
propiamente analítico, al que ninguna otra praxis más que el psicoanálisis
-enfatiza Lacan- conduce: el hueso de lo real. Sin duda esto determina una
política, que debe estar a la altura de sus fines y sus finalidades.
El psicoanálisis peligra cuando se refugia en el dogma,
necesita del pensamiento abierto, en ese sentido tanto Freud como Lacan lo
testimonian de distintas maneras.
Conocemos los efectos del pensamiento único en la historia del
psicoanálisis, nuestra IF y nuestra escuela son efectos de ese cuestionamiento.
Pienso que eso mismo nos hace estar muy atentos a los posibles impasses a los
que nos confronta nuestro actual Malestar en la Cultura.
Las presiones que
impone del capitalismo salvaje, agudizan las viejas pero nuevas resistencias al
psicoanálisis y demandan de nosotros, los analistas, respuestas firmes y
decididas frente a estos nuevos impasses, y también a los que se hacen
presentes en el grupo analítico. Se podría plantear un matiz, una diferencia,
entre la política del psicoanálisis y el efecto político de la experiencia del
análisis y del lazo con los otros dispersos
dispares…
Pienso que tenemos que reinstalar el prestigio de la
política del psicoanálisis y volver a pensar si efectivamente la apuesta de un
colectivo de analistas sigue vigente y cómo se sostiene, sin eludir la
dimensión estructural de sus impasses y haciendo también con eso transmisión.
Es destacable que, al inicio de nuestro joven siglo XXI,
algunos analistas que formaban parte de una misma comunidad, se confrontaron
nuevamente con uno de esos impasses, que hoy ya forma parte de la historia del
psicoanálisis. Esa crisis, que llevó a una nueva escisión del grupo analítico,
ha quedado registrada en un libro publicado en el 98 y cuyo título es “El
psicoanálisis frente al pensamiento único”. Como resultado de esa crisis, se
funda la Internacional de los Foros del Campo Lacaniano, y al cabo de un tiempo
de debate, vuelven a elegir fundar otra vez Escuela. En vez de las Razones de
un Fracaso podríamos pensar más bien en las Razones de una insistencia que
encoré aún resiste…
¿Cuál es la particularidad de la Escuela en relación con los
modos de agrupamientos analíticos existentes al momento de la primera fundación
de la Escuela en 1967, llamada Escuela Freudiana de París? (EFP)
En el 64 se produce lo que Lacan dio en llamar una
“excomunión” de la que él es objeto por parte de la sociedad analítica
francesa. Todos conocemos esa interesantísima introducción al Seminario XI dedicada a ese tema. Lo que
no pudo ser tolerado por el grupo analítico, tal como nos lo sugiere Lacan, es
la apertura de la interrogación acerca del Padre y del seminario que “no fue”
acerca de Los nombres del Padre.
En directa alusión al destino de Baruch Spinoza, excomulgado
a los 23 años por la autoridad por cuestionar dogmas de la teología judía. Es
interesante destacar que aún hoy, la excomunión de Espinoza es considerada un
verdadero enigma por parte de los estudiosos de la historia. Lo convierten en
un marrano. El marrano es un ser desdoblado, católico sin fe, y judío sin
doctrina, radicalmente exilado en relación al Otro.
La radicalidad de la “excomunión” implicaba el apartamiento
de la comunidad, la prohibición de acercarse al execrable y maldito Baruch
Espinoza. Sabemos que Lacan se interesó especialmente por este filósofo del S.
XVII, lo había estudiado muy bien. En
Espinoza hay una interesantísima teoría de los afectos, y hay más de un lugar
en donde Lacan le rinde homenaje. Se sabe de la pasión de Lacan por entender el
sistema de la filosofía espinosiana. El Seminario XI comienza con la excomunión,
y finaliza con el dios de Espinoza, Dios del significante y el deseo como la
esencia del hombre. En Televisión lo cita a propósito del tema del afecto y de
lo que en esa época llama “las pasiones del alma”, retomando la idea de las
pasiones tristes de Espinoza. Se introduce así un matiz nuevo respecto de las
pasiones del ser, amor, odio e ignorancia. A Lacan, entonces lo excomulgan
porque hubiese querido tocar algo del nombre del padre, en el sentido del dogma
y sufre el mismo destino de Espinoza.
En el Seminario XI
Lacan testimonia de una segregación en el seno de las instituciones analíticas,
en ese momento la Sociedad Francesa de Psicoanálisis y la IPA que acude en su
ayuda. Hace muy poco, estos hechos y actos segregativos llevados a cabo contra
Lacan y sus enseñanzas, fueron dados a conocer en detalle, por medio de la
publicación en español de un libro editado en la ciudad de Córdoba, (Argentina)
cuyo título es El informe Turquet. Este informe es un
trabajo con estructura de archivo policial, por momentos rozando lo cómico. Fue
llevado a cabo por un analista inglés que hablaba francés: Pierre Turquet. Él vino a indagar acerca de los analistas, pero,
también de los analizantes mismos. “Los analizantes son convocados y se les
pregunta -una vez más es a Lacan a quien esencialmente se apunta- cuánto tiempo
dura la sesión, cuántas veces por semana, qué hace Lacan durante la sesión pues
parece comprobado el rumor de que leería durante la sesión” (Turquet, 1963, 11) … un verdadero archivo policíaco de modo
que Lacan fue abandonado por alguno de sus alumnos que no pudieron soportar la
mancha de quedar por fuera de la IPA. Entonces se produce la dimisión de toda
esa gente, y un año después la creación de la Escuela Freudiana de París.
Insistamos en la coordenada temporal ya que la invención de
la Escuela y sus dispositivos se produce en un momento en que, así como
oportunamente se le jugara a Freud, lo que está en juego es la sobrevivencia
del psicoanálisis como práctica y como discurso de la cultura. Podríamos
preguntarnos si el estadío actual de los lazos
sociales en nuestro capitalismo mercantilista, o capitalismo salvaje,
constituye un momento de cambio de paradigmas en lo que denominamos la
subjetividad de la época.
Freud, con el régimen del padre y del Edipo, sostiene el
prestigio de un padre que la cultura había hecho decaer, pero se detiene en el
más allá del Edipo, aunque hay ciertas líneas muy interesantes sobre el final
de su obra, en la que deja indicios de ciertos bordes de la estructura del
padre, (“Moises y la religión monoteísta”) de la que
no nos ocuparemos ahora.
Como afirmaba al
comienzo, pienso que tenemos que reinstalar el prestigio de la política del
psicoanálisis, y en el psicoanálisis.
Debemos empezar a hacer algunas precisiones para circunscribir hoy nuestro
campo de trabajo. Por ejemplo, precisar
¿qué decimos en el marco del psicoanálisis -más precisamente en el discurso
analítico-, de qué política hablamos?
Se trata sin duda de una política determinada inicialmente
por el malestar en la civilización, por allí empezamos, eso continúa, pero es
solo el comienzo. Sabemos que es un texto de lectura indispensable para
cualquier aproximación a la cuestión del lazo social y de los avatares a los
que está expuesto.
Lacan da un paso decisivo para aproximarse a la articulación
de la política psicoanálisis con su teoría de los discursos desarrollada de
modo exhaustivo en el Seminario XVII, El
envés del psicoanálisis, aunque también en otros textos. El discurso allí
es pensado como una forma de lazo social, un modo de lazo social, y los
diferentes discursos están hechos para dar tratamiento a alguna imposibilidad
que se pone en juego de un modo particular en cada uno de ellos.
Tal como Colette
Soler sugiere, no nos embrollemos demasiado con la enormidad de las
definiciones de la política, alcanza con una bien general y precisa: “la
política es el arte de los fines, el arte de fijarlos y realizarlos, pero
siempre en el seno de un discurso previo” (Soler, 2011). Es decir que cada
discurso tiene sus finalidades que están anudadas a sus dispositivos de
regulación y a sus recursos. La política es una función de los discursos.
Cada discurso conlleva su propia
finalidad anudada a sus dispositivos de regulación. Digámoslo claro. Para el
discurso del amo: que todos marquen el mismo paso para que las cosas giren con
fluidez; para el de la universidad: que el saber acumulado reine en amo; para
el de la histeria: que la cuestión del deseo permanezca abierta; para el del
psicoanalista: que el sujeto se someta al interrogante de su goce. En este
sentido, la política es función de los diversos discursos. Pero ¿hasta dónde
los discursos determinan las políticas (Soler, 2011, 784)
El discurso analítico no es lo que prevalece en el grupo
analítico, porque el discurso analítico es efecto del acto analítico, pero la
institución transmite las consecuencias de ese acto, si es que no procede a su
desmentida. Este es uno de los peligros a los que está expuesta muchas veces la
transmisión del psicoanálisis, la desmentida. En este sentido la Escuela y la
oferta del dispositivo del pase son una apuesta a que el acto analítico no sea
olvidado.
Algunas conclusiones y algunas
preguntas
La política del psicoanálisis arraiga en la clínica
analítica. Punto de juntura entre una ética muy sólida que guía nuestra
práctica, pero siempre a la altura de su tiempo. Pensamos que, para nosotros,
analistas contemporáneos, es más crucial que nunca, no sólo estar en nuestros
lugares de trabajo ofertando nuestro acto de escucha del inconsciente y sus
efectos sobre cada sujeto, sino, también, que nuestra institución Escuela
replique y haga lugar a que el efecto de discurso prevalezca por sobre el
efecto de obscenidad imaginaria que añade el grupo y que muchas veces irrumpe
como un retorno de goce. Debemos estar atentos, y “velar” porque nuestros
principios tengan plena vigencia, iniciativa y solidaridad.
Este modo de lazo social entre analistas que representa la
Escuela con sus dispositivos, tal como la pensó Lacan en el siglo pasado cuando
sentó sus bases, es el lugar donde el psicoanálisis mismo debe ser sometido a
una crítica asidua. Podemos preguntarnos, después de veinte años de la
existencia de nuestra Escuela Internacional del Campo Lacaniano: ¿estamos a la
altura de renovar nuestra oferta? El deseo de psicoanálisis se transmite, y la
oferta de nuestra Escuela debe estar a la altura de comprender la subjetividad
de la época. ¿De qué modo se articula el enlace y el desenlace del análisis con
la institución Escuela como un lazo social posible, que además aloja un deseo
de "diferencia absoluta"? La cuestión de ese deseo del analista como
deseo de obtener la “diferencia absoluta” es crucial para pensar la
especificidad propia que tiene la política del psicoanálisis. El deseo del
analista es un deseo separador e involucra una operación de tachadura del Otro,
dicho freudianamente, una operación de castración.
Algunos discursos de la época son muy refractarios a las
premisas clínicas éticas y políticas del psicoanálisis como “ciencia del
inconsciente” que está agujereado desde su origen mismo. El real al que la
experiencia analítica conduce, no es el real de la ciencia, Sin embargo, es
necesario decir que el desplazamiento de lo real, las imposibilidades nuevas
que la ciencia ha producido en las últimas décadas, tienen incidencia sobre el
sujeto y las subjetividades contemporáneas. Con respecto a esta última cuestión,
hace muy poco en plena pandemia, Colette Soler dictó una conferencia en Beirut,
cuyo título es “La política del psicoanálisis”, allí dice algo que aporta una
lectura nueva respecto al alcance de la tan ultra citada sentencia Lacaniana
“que renuncie el que no esté a la altura de entender la subjetividad de su
época”:
Debido a que el inconsciente no es
del tiempo, y tan inconveniente y desarmónico como
es, contribuye al hecho de que el sujeto no es el títere de los mandatos de su
tiempo y que no todos son toda "subjetividad del tiempo", que puede
distanciarse de ella, incluso rebelarse, incluso hacer ... la revolución.
"Unirse a la subjetividad del propio tiempo" no es una invitación a
seguirla y menos aún a prescribir nuestros fines. (Soler, inédito)
El discurso analítico se pone en barra respecto de otros
discursos políticos, en el psicoanálisis partimos de que el Otro falta y que en
el goce nada nos hermana, no es colectivizable,
aunque desde los discursos dominantes se promueva cierta uniformización en los modos de gozar, vehiculizado por la
circulación de toda clase de objetos, gadgets
o plus de gozar, para ser consumidos… objetos de consumo con los que nos atesta el mercado de la producción
capitalista provenientes de la ciencia y la tecnología. El Otro de
nuestro tiempo se parece menos al Otro que no existe que al Otro que existe
bajo la forma del superyó como mandato de consumo.
El discurso analítico resiste a la universalización de los
otros discursos, el real alcanzado por la vía del análisis resiste a toda
universalización y no es colectivizable. Esto no se
lleva bien con la función de gobernar, educar, y de psicoanalizar, las tres
profesiones imposibles.
Para nosotros se trata de una política del síntoma, en el
sentido del síntoma como un goce que no-todo se deja regular. Cada discurso es
un modo de tratamiento de ese déficit en el gozar y “el síntoma es fixíon de goce
que es como una suplencia tipo que instaura un discurso en el lugar de la
ausencia de la relación sexual” (Soler, 2011, 757).
Para concluir querría recordar una frase de Lacan que sería
interesante volver a repensar con las coordenadas de nuestro tiempo, en la
clase del 10/5/67 de La lógica del fantasma, Lacan dice …
Si Freud ha escrito en alguna parte que la anatomía es el
destino, habrá quizá un momento en que se volverá a una sana percepción de lo
que Freud ha descubierto, se dirá, no digo la política es el inconsciente,
simplemente: EL INCONSCIENTE ES LA POLÍTICA… (Lacan, inédito, 1967)
El inconsciente, nuestra política, la política del
psicoanálisis, se pone en acto en cada experiencia de análisis, habrá algunos a
los que aún les quedarán las ganas de
testimoniar de esa experiencia transformadora que es un análisis. La Escuela
oferta un lugar para hacer de esa experiencia transmisión, y no solamente por
el dispositivo del pase.
Para nosotros, psicoanalistas contemporáneos, se trata menos
de “El porvenir de una ilusión”, que del porvenir del inconsciente
Bibliografía
-Lacan, J. (1966-1967) El Seminario 14: La lógica del fantasma,
Inédito.
-Soler, C. (2011) Incidencias políticas del psicoanálisis/2,
Ediciones S&P, Barcelona 2011
-Turquet, P. (1963) El informe Turquet, Ed. Babel, Córdoba,
2015