Al llegarme la invitación para formar parte de este número de la revista Aun, bajo la propuesta “Analistas a la altura del sujeto”, se me impuso la idea de tratar de hacer una suerte de revisión de este asunto en la vasta obra lacaniana. Idea pretenciosa, no por lo imposible, si no por la dificultad que en principio reprimía, yo mismo, en tanto sujeto cognoscente. Esta dificultad podría traducirla en conflicto, en el sentido de las contradicciones propias que se engendran a partir de cierto ideal resolutivo y las paradojas propias de la pluma del maestro francés.


¿Qué es una paradoja?

            Según la Real Academia española (RAE) una paradoja es un hecho o dicho aparentemente contrario a la lógica. Etimológicamente podemos ubicar su origen en paradoxa (latín) que remite a “lo contrario a lo opinión común.”[i] Es entonces una primera aproximación para referirse a la lectura de Lacan:  disponerse a un modo de ejercicio de lectura “contrario a la opinión común”, lo cual supone, a mi juicio, desprenderse de ciertas especulaciones de clausura.

            “No clausurar algo” no implica no dar una respuesta o, incluso más aún, no decir nada. La enunciación de Lacan de una re-apertura a partir del enunciado de un retorno, derivo en una re-lectura de Freud con un prisma lacaniano, situación que originó toda una serie de respuestas teóricas y clínicas como también un amplio número de definiciones y axiomas que incluso, y paradojalmente, a veces, se usan de clausura.

            La demanda es de “no clausura al lector” que podría equivaler incluso a no hacer silencio, ya que la cosa es que hable, aunque no sepa lo que dice –o lo que lea–, aunque no entienda lo que dice. Silencio que sería la afrenta más extrema a la demanda metodológica freudiana “hable usted, diga cualquier cosa”; silencio que podría ser la ofensa más radical a la lectura de la obra lacaniana, “lea usted, aunque crea que dice cualquier cosa”. Ya que aquí, la cosa, no es cuestión de fe.

            Una primera sentencia entonces es que la obra lacaniana, o la trasmisión en sentido histórico, no puede derivar en el silencio ya que a priori el pensamiento habla, bien lo sabía Descartes.


 ¿Qué es un conflicto?

            Ya en Freud encontramos una referencia directa en relación con el síntoma, es decir, al síntoma como un efecto a causa del conflicto entre instancias psíquicas (1910). Este se resolvía a partir de una solución de compromiso, que tenía como resultado cierta satisfacción de las partes. Un conflicto, entonces, se podría pensar como el paso previo a un acuerdo, independientemente cuál sea el resultado de este (¡puede ser un síntoma!). Leer podría figurarse del siguiente modo: la lectura puede estar impulsada por cierta búsqueda de satisfacción ligada al conocimiento, donde el objeto de conocimiento, sin reclamar mucho a cambio más que cierta atención y reflexión, daría la llave para abrir la puerta del saber sobre dicho objeto a conocer. Ahora bien, el conflicto se configuraría cuando el objeto a conocer reclame, porque el escrito de Lacan reclama no solo atención o reflexión, sino también trabajo, en el sentido de esfuerzo o incluso de cierta renuncia.    Que los escritos de Lacan reclamen bien podría traducirse en que son solicitantes.


¿Qué solicitan?

            Subversión, sería la respuesta. Subvertir tiene diferentes acepciones. La Real Academia española ofrece “trastornar o alterar.” Entonces, la lectura de la obra lacaniana solicita cierto trastocamiento, cierta alteración, un poner en tensión el orden establecido, como bien lo enunciaba Lacan a la hora de decir sobre su excomunión, cuando por no seguir la norma, su enseñanza es clausurada (1964).  ¿Qué se tensiona, en cuanto orden establecido, al que lee, por ejemplo, “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo freudiano”? Se tensiona el silencio propio de la normatividad del dicho y la seducción de lo acabado. La demanda al escritor oráculo, profeta de verdades irreductibles y pronosticador del futuro por venir absoluto. Se tensionan conocimiento y razón por imposición, para implicarse en una pregunta por el significante y el vaciamiento que provoca éste, sin que de eso el sujeto sepa absolutamente nada, ya que, por otro lado, el sujeto no es sin el significante (es efecto de su combinatoria).

            Se tensiona entonces quien lee, en tanto también es un sujeto cartesiano de formación y probablemente lacaniano a devenir – si se arroja a la lectura de la obra de Lacan– y esa es una de las cuestiones ineludibles a la hora de preguntarse quién lee. ¿Podríamos metaforizar el efecto de esa tensión como una división?

            La subversión del sujeto lacaniano tuvo que ver en especifico con esto, con la ruptura a la tradición del sujeto en su completitud razonante y como constructor de conocimiento, en tanto iluminado por el saber en una relación irreductible con la verdad. En “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo freudiano” (1960), Lacan construye una teoría que viene a romper con una añeja tradición del sujeto, si bien su contrapartida, para marcar el contra-punto es Hegel, no puede obviarse que Descartes se entromete con su cogito en varios momentos, ya que Descartes, como refiere Alain de Libera (2013), trae consigo toda una herencia de una vasta complejidad lógica que se entreteje en una red ontológica en relación con el sujeto. Dicho de otra manera, el sujeto no era una cuestión simplemente contemporánea. A este sujeto que termina siendo sinónimo de conciencia, Lacan va a decir que, para él, esta situación es una acentuación engañosa de la transparencia del yo (je) en acto, a expensas de la opacidad del significante que lo determina, y el deslizamiento por el cual el Bewusstein sirve para cubrir la confusión del Selbst viene precisamente a demostrar, en la Fenomenología del espíritu, el rigor de Hegel, la razón de su error (Lacan, 1960, p.770). Esto implica que a partir del engaño sobre el estatuto del yo (je), al dejar de lado la opacidad, dificultad y confusión del significante que lo determina, hay un movimiento que se lleva adelante por el cual la conciencia tiene como función cubrir la confusión que el sí mismo, lo que demuestra que la conciencia entra en relación esencial en lo que refiere al sujeto.

            Allí se produce una hiancia entre las formulaciones filosóficas y las psicoanalíticas lacanianas. El sujeto para Lacan no se articula ni a la conciencia, ni a una suerte de aprehensión de sí mismo a partir de la reflexión, ni a un sujeto del conocimiento pensante que entiende y sabe lo que piensa y dice. Ese sujeto puede existir, pero no es el sujeto del inconsciente lacaniano estructurado como un lenguaje. Escribe lacan: “Una vez reconocida en el inconsciente la estructura del lenguaje ¿Qué clase de sujeto podemos concebirle? (1960, p. 761). Para darle respuesta a esta pregunta, Lacan se sirve de un artículo de Jakobson titulado “Los conmutadores, las categorías verbales y el verbo ruso” (1957, pp. 307-332). Toma de allí el término shifter, para enunciar la significación del yo (je) como significante. El shifter es aquella partícula del código que señala la ubicación del que habla, pero no predica nada de él. Tiene valor de índice.[ii] Esto impone la idea de que “ahí dice” –la ubicación del que habla–, pero nada que tenga que ver con un “sí mismo”, no predica nada de él.

            ¿Quién habla entonces? Cuando se trata del sujeto del inconsciente estructurado como un lenguaje, va a decir Lacan, que la respuesta no podría venir de él. Si él no sabe lo que dice, ni siquiera que habla. Lo enseña el análisis (1960, p. 762). Y aquí se funda algo esencial, un sujeto que no sabe qué sabe, pero dice, aunque no sepa qué habla.

            La orientación lacaniana respecto a este sujeto es ubicarlo en los cortes del discurso (absoluto). Ahí se sorprende al sujeto que nos interesa en el análisis, enuncia Lacan. El sujeto en inter-dicto…intra-dicho. Lo cual me remite a una indicación de Allouch, que se encuentra en el libro El amor Lacan (2011), donde plantea que a Lacan hay que leerlo en sus interdicciones, en sus tropiezos, en sus contradicciones.  Todo esto ¿qué relación guarda con la lectura que nos solicita la obra de Lacan, para estar a la altura del sujeto?

            A la altura podría sugerir un estar al tanto o por lo menos, también podríamos decir, anoticiados (¿porque no analizados?) de algunas cosas. Esto se metaforiza de una manera bastante ejemplar en lo nombrado previamente ¿Para hablar de su sujeto, de que recursos se sirve Lacan? 

            Desde el comienzo de “Subversión…”, debemos anoticiarnos, en primer lugar, de Hegel y Freud, para no recibir un impacto muy severo ¿Esto demanda acaso una lectura filosófica estricta en profundidad de Hegel? Lacan no pretende la formación de filósofos, sino de analistas, aunque en ese sentido es necesariamente freudiano, si tenemos en cuenta el enunciado de Freud en “Sobre la enseñanza del psicoanálisis en la universidad”, donde expone que el analista se debería formar en las bibliotecas y en las instituciones analíticas, y por eso siempre remite a las fuentes “vayan a leer a…”, aunque la profundidad la medirá cada uno.

            En el desarrollo, nos encontramos no solamente con el filósofo alemán y el maestro vienes, también están René Descartes, Román Jakobson, referencias a la lógica, la matemática, el estructuralismo, la historia y también a la proliferación políglota de Lacan, ya que no faltan los términos en sus idiomas originales, por la riqueza misma de estas expresiones en su filiación idiomática. Todas estas cuestiones, para quién este un poco al tanto de la obra lacaniana es una constante y entiendo que no responde a un hecho de infatuación, si bien Lacan tenía cierta fama de vanidad[iii], sino a una necesidad epistémica en el sentido de darle una significación a sus términos y acentuar posiciones respecto a los discursos con los que el analista va a dialogar, o por lo menos, con los que podría llegar a hacerlo, a criterio de Lacan.

            Entones emerge un ejercicio de lectura particular, en tanto se extiende a un campo mucho más amplio que el estrictamente psicoanalítico y aquí se puede tambalear. La lectura de Lacan aboga una implicación que arroja, a quien se tome las cosas en serio, a un hecho o asunto que vas más allá del acto de conocimiento tradicionalmente concebido. Dicho de otra manera, en este caso de un modo interrogativo: ¿Un psicoanalista para qué lee a Lacan? O ¿Un analista lee a Lacan para saber o para analizar? Me parece que estas dos preguntas no son tan sencillas de responder, incluso creo que cada psicoanalista que se adentre en la obra de Lacan deberá hacérselas, y dar-se una respuesta antes de llevar ese trabajo adelante.

            Esta idea se funda en la distancia nimia en que se lee entre la retórica de enseñanza lacaniana y del trabajo del analista lacaniano ¿Es acaso una casualidad el constante recurso de la metáfora en las trasmisiones orales de Lacan o ello obedece a su modo de entender y hacer escuchar la condensación freudiana, una de esos dos mecanismos que rigen lo inconsciente, como esa figura de la lingüística que es la metáfora? También cabría hacerse la pregunta ¿Por qué la transmisión de Lacan era fundamentalmente oral, es decir, hablada o hecha para ser escuchada? Esto vendría a interrogar su intención como una simple falta de compromiso con la escritura, cuyo alcance es de mayor masividad o podría ser pensado como un ejercicio para la escucha, función esencial, principal, fundamental del analista para el maestro francés. Hacer trabajar la escucha en acto: formaba analistas.

            En el mismo sentido la obra escrita lacaniana ofrece paradojas, alusiones, metáforas, neologismos, etc. ¿No nos prepara entonces para la clínica cotidiana?  Y esta pregunta es una buena respuesta para una de las preguntas precedentes, ¡Qué paradoja! De allí que leer a Lacan puede interpretarse o implicar un estar a la altura del sujeto, en tanto que el sujeto en la experiencia es efecto de esa combinatoria de significantes, que podrían ser por ejemplo las paradojas, las alusiones, las metáforas. Es entonces que podríamos pensar la enseñanza de Lacan, escrita u oral, estrictamente performativa y es en relación con esta modalidad de decir que leer su obra nos pone a la altura… del sujeto.        


Bibliografía

-Allouch, J. (2011). El amor Lacan. Buenos Aires: Cuenco de plata.

-De Libera, A. La invención del sujeto moderno. Buenos Aires: Manantial. 2020.

-Freud, S. (1909) Cinco conferencias en la Clarck University. Ed. El Ateneo. 2da reimpresión, 2007.

-Jakobson, R. (1957). Los conmuntadores, las categorías verbales y el verbo ruso. Ensayos de lingüística general. Buenos Aires: Planeta Agostini, 1985, pp. 307-332.

-Lacan, J. Escritos 2: La subversión del sujeto y la dialéctica del deseo Freudiano (1960). Escritos 2: Siglo XXI, 2018.   

-Lacan, J. (1964). El Seminario. Libro XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 2014.

-Roudinesco, E. “Lacan: Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento.” Buenos Aires: FCE, 2012.


[i] https://dle.rae.es/paradoja

[ii]https://antenaclinicadebilbao.com/es/textos/referencias-resenas-y-textos/20-referencias/148-shifter-conmutadores-y-pronombres-personales.

[iii]Para ampliar esta idea ver Roudinesco, E., Lacan: Esbozo de una vida, historia de un sistema pensamiento.



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