Celebro la convocatoria a esta revista, que nos pone de frente a una afirmación fuerte y poco citada de Lacan acerca de la formación de analistas: hacer analistas a la altura del sujeto. El contexto de la afirmación es una conferencia a la que fuese invitado poco después de la publicación de sus Escritos, en 1967.

            Es un año interesante en la enseñanza de Lacan, marcado por la Proposición del 9 de octubre y el seminario del acto psicoanalítico, que comenzó pocas semanas después. Un tiempo en el que está dedicado a pensar qué pasa en ese momento decisivo del acto analítico, donde se pregunta qué pasa con el sujeto en el acto, qué pasa con el sujeto en el sexo, qué pasa a nivel de la transmisión (pase). Comienza hablando de algo curioso pero corriente en aquellos años, que es para nosotros hoy en día de lo más actual: ¡los psicoanalistas ya no hablan de la sexualidad! Abre el seminario del acto psicoanalítico hablando del acto sexual. ¿Qué demonios tiene que ver la verdad con el sexo…? Lenguajeramente la verdad miente, el sexo la falsea.

            La nueva verdad introducida por Freud tiene que ver con el descubrimiento de la sexualidad infantil, relacionado causalmente por él con la formación de síntomas. Esta verdad tampoco fue bien recibida en la Viena victoriana… Nada nuevo aquí, las temporadas resistenciales siempre tienen que ver con lo mismo en la historia del psicoanálisis: se trata de la realidad sexual del inconsciente, fuese en la Viena de Freud o en el París de los sesenta, y como bien dice Lacan, no han producido más que buenos empleados, bien ajustados al programa con eso de vérselas sólo con las pulsiones de vida, la parte sana del yo y demás.  

            Luego de la aparición de sus escritos, había gente que aún se preguntaba porqué Lacan tenía que venir a meter en todo esto al sujeto. Esta conferencia, donde se pronuncia a nivel de lo que ha sido para él el fin de su enseñanza, tiene todo que ver con un sujeto que permite captar lo que la cultura no domestica, lo que no se deja reducir a las pulsiones de vida al estilo post-freudiano, lo que se mantiene fallando el programa, no aprende… repite, sueña, falla, ríe, habla de más. Nunca fue una meta freudiana apuntar solo a lo que es domable por el ideal en el que el analista se convierte para los post-freudianos. Precisamente, porque el análisis tiene un efecto autorizante por fuera de las garantías del Otro, esto implica haberse adentrado en las relaciones que lo sexual y la verdad mantienen, relaciones horrorosas. Haber hecho algo her-ético, -en Espanglish degenerado- con La verdad, haberla agujereado, haberla falseado por la vía sexual que introducen las formaciones del inconsciente. 

            Hace poco un analizante cuenta que tuvo un sueño grandioso, es alguien que nunca califica así sus sueños. Sueña lo siguiente: “estaba con una rubia espectacular, iba todo bien, tenía las piernas más largas que vieras, un pelo genial, –las cosas van pasando embelesada y fluidamente–, y me regala una mirada sobre mi miembro erecto de atracción y que le encantaba lo que veía, la cosa prosigue, estamos por coger, y pienso: ‘qué cagada, le tengo que decir que soy casado’. Y se me baja inmediatamente, ella se ríe apenas. Me despierto pensando: pero la puta madre loco, ¿ni en los sueños es posible? Es demasiado che, no puede ser… hasta me hizo reír”.

            ¿Dónde está el sujeto aquí? ¿En la detumescencia? ¿O en la risa que sanciona el sueño? El sujeto cuando funciona, como bien explica Freud, está claramente dividido. Es decir, se presenta apasionadamente mintiendo, o lo que es lo mismo diciendo la verdad en lugares contradictorios. En esta viñeta, la división está entre la determinación significante, sujeto efecto de lenguaje, que es más bien la sanción del sueño al despertar, y, por otro lado, en el valor libidinal de esa mirada a-traída que ella le regala en el sueño.

            Podríamos pensar lo sexual como aquello que admite reemplazo, un lugar donde el cuerpo y el lenguaje hacen de las suyas con el sujeto, ahí donde el deseo se separa del deseo del Otro, ahí donde se está comprometido sexualmente, hay gap… se encuentra un límite. Como dice Lacan resaltando el absurdo: “Lo que está al alcance [del analista] es el hecho de que la sexualidad hace agujero en la verdad. La sexualidad es precisamente el dominio donde nadie, si así puedo decirlo, sabe qué hacer acerca de lo que es verdad.” (2008, p. 21)[1]. Pensar lo sexual como un lugar es útil en el siguiente sentido: permite escuchar la gramática espacialmente, y tener el espacio delimitado es vital a nivel de la trasferencia. ¿Gramática espacial? ¿Porqué no? “El espacio pasa por extenso, en Descartes al menos. Pero es la idea de otra especie de espacio la que nos funda el cuerpo” (Lacan, 1976-1977, clase del 16/11/1976).

            Esta otra especie de espacio fundante del cuerpo está en relación con el espacio que podemos escuchar, el espacio que se tri-dit-mensionaliza –cual plano haciéndose maqueta–, en el campo gramatical, ese espacio que toma cuerpo por la vía del lenguaje.

            Se visibiliza otra especie de espacio con la distancia que podemos escuchar en la gramática, se escucha la distancia entre el enunciado y la enunciación. La gramática está en el enunciado, claro, pero la distancia que ella hace audible o no, dice mucho más que lo que el yo dice en ese enunciado. El espacio gramatical deja ver la toma de posición del sujeto, la enunciación, parecido a lo que pasa en el espacio con la perspectiva: delata la posición del que está mirando, opuesto al punto donde todo converge, el punto de fuga. La gramática es como la perspectiva, hace visible la posición del sujeto con respecto a lo pulsional, especialmente, con respecto a lo que de eso no cesa: el empuje de la pulsión, el Drang[2]. Allí, ante los embates de la libido, hay res eligens en juego, y esa decisión es gramaticalmente audible, situable.

            En aquellos años Lacan está trabajando un problema como el centro de aquello a lo que dedicarse, es lo que se entiende por sujeto en psicoanálisis, y lo que le pasa en el acto. Hace entonces las recomendaciones necesarias a quienes lo escuchan: atender con dedicación a las nociones que la lingüística nos aporta, precisamente para diferir con ella en el punto más candente de la experiencia del inconsciente en que consiste un análisis: el sujeto del inconsciente es no-todo shifter, no coincide con el sujeto de la sintaxis, no es el del enunciado, alojar al sujeto allí sería volver a cometer el error cartesiano y post-freudiano: apoyar el pensamiento en un yo que piensa no dista tanto de aliarse con la parte sana del yo. Al enunciado le ex-siste la enunciación, y en esa división, en el intervalo, ubicamos al sujeto. Surge entonces efectuado por el significante en el campo del Otro, este Otro que entendemos como el lugar de la palabra: “Para poder orientarse en cuanto al funcionamiento del sujeto, hay que definir al Otro como lugar de la palabra. No es desde donde la palabra se emite, sino donde cobra su valor de palabra, es decir donde ésta inaugura la dimensión de la verdad, lo cual es absolutamente indispensable para hacer funcionar lo que está en juego. (…) Nos introducimos de este modo en la referencia a una verdad muy especial que es la del deseo.” (2008, pp. 54 y 55).

            Entonces ese Otro lugar de la palabra solo es pleno, solo cobra valor de verdad, valor de deseo, cuando produce en ella el agujero, falseándola. Esta verdad del deseo entonces surge como un efecto, una repercusión de la articulación del lenguaje a nivel del Otro. Surge como lo que falla en el programa, un glitch. Esta verdad es la que hace que cuando el deseo es el deseo del Otro, en la fase de esta manganeta alienante, haga falta separarse un poco y desear a veces por sí mismo, solo para encontrarse con los límites, con la castración, con el sexo.

            El psicoanálisis es una experiencia en la que uno se embarca para descubrir que esa separación, que conllevó aquellas vivencias dolorosas de división, limitado del lado del pathos, luego de pasar por el recuerdo, la repetición y la reelaboración del análisis son límites que liberan y cambian la posición en la demanda: el sujeto deja de demandarle al Otro por su deseo, su verdad… Con la castración también hay un inmenso alivio. Y era ésta, la experiencia del efecto de la castración que era esencial para Freud en el análisis del analista. Pero como sabemos, para Lacan la cosa no termina ahí: para separarse hace falta, después de todo esto, volver al héteros del deseo… volver a tomar la partida del deseo, quererlo. En palabras de Borges:

 

“No hay una cosa que no sea una letra silenciosa

De la eterna escritura indescifrable

Cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja

De su casa ya ha vuelto” (2005)

 

            Al respecto de la formación de los analistas, Lacan hace algunos comentarios en esta conferencia: “el psicoanalista no percibe la posición decisiva que tiene al articular, nachtraglich como expresa Freud, un a posteriori [aprés-coup] que funda la verdad de lo precedente. Él no sabe verdaderamente lo que hace al hacer con eso.” (2008, p. 66). El analista no cuenta con ningún saber a nivel del acto, autoriza un acto del que no sabe las consecuencias. Entonces hacer analistas a la altura de la función del sujeto, más que ponerse a hacer artículos que repiten sus fórmulas, como dice Lacan criticando a algunos que creen seguirlo, implica:

 

 “ayudarlos a encontrar principalmente la adecuada situación de ascetismo, o lo que yo llamaría ‘destitución’: tal es la situación del analista en tanto él es un hombre como cualquier otro, y uno que debe saber que él no es ni conocimiento ni consciencia, sino que es tan dependiente del deseo del Otro, como lo es de la palabra del Otro.” (2008, p. 113)[3].

 

            Muy provocativa resulta esta analogía entre la “adecuada situación de ascetismo” y “lo que llamo destitución”. El origen de esta palabra asceticism[4], viene de “askētikos”, un adjetivo griego que significa “laborioso”, y cuyas raíces pueden rastrearse hacia el verbo griego askein, que significa “ejercicio” o “trabajo”. La situación adecuada de trabajo, de ejercicio… donde la cosa se mantiene laboriosa. Pensar la destitución del sujeto como un momento donde la cosa trabaja, es decir, cuando se abre paso, se resuelve, se pone en acto, a punto, en marcha, permite pensarla en el quehacer diario del analista, no sólo en el teleológico y, a mi gusto, demasiado mistificado horizonte del pasaje de analizante a analista. Disponerse a escuchar cada día a los analizantes, en la medida en que el analista se abstiene de participar a nivel del sentido, de participar como sujeto, es una forma de destitución subjetiva, es decir, presente como quita silente al engorde imaginario del meaning para mantenerse más bien a nivel de lo que causa.

            Volviendo al inicio, podemos ver que en aquello de lo que no se habla, encontraremos la renovación de la cosa: no se hablaba de sexo en la Viena de Freud, ni el París de Lacan…y en pleno 2021 pasa lo mismo. Seguimos con el mismo rechazo, la misma represión al respecto de lo que el síntoma tiene de sexual a nivel de la satisfacción, y, como lo ha mencionado en ocasiones Gabriel Lombardi, en nuestra escuela, por supuesto, también pasa…  Es un flor de problema, tal vez crucial, porque el síntoma en la medida en que es no-todo eliminable, el incurable en lo que se transforma, sigue siendo fundamental para sentar las bases de la satisfacción nueva del final, y para dar lugar al acto.

            En nuestra época el programa del estándar que supuestamente nos garantiza una vida feliz, sin sobresaltos, siempre y cuando prometemos no desviarnos, no apartarnos del buen camino, no da lugar al Otro. Lo elimina completamente de la escena, viviendo en Estados Unidos esto es patente desde muy temprano en la vida civilizada. Los maestros y profesionales de la salud mental que trabajan con niños por ejemplo, identifican como problema que un adolescente se exprese con un lenguaje “impreciso” acerca de lo que siente. Entonces les entrenan, y esto ya desde el jardín de infantes, a codificar lo que sienten con colores, encaminándolos desde la más tierna edad a entender que si hay algo que hace ruido en el código fue por user error o sea, algo que se arregla con un manual, se elimina por completo la posibilidad de que eso pueda querer decir.

            En un mundo donde se ve una diversificación creciente y una pluralidad de géneros, un mundo donde es posible elegir cómo alguien quiere que lo vean, cómo llamarse, puede elegir cambiar cómo se ve su cuerpo, puede elegir que el otro lo codifique como él quiere a nivel del género, el tabú de la sexualidad vuelve sin piedad con uñas y dientes: por todas las vías posibles se elimina el Otro, se elimina el deseo, y… ¡ni hablar de sexo!

            Eliminar al Otro, es dejar al sujeto inerme a nivel de la libido… correlativo tal vez del incremento que vemos en presentaciones sufrientes tales como la adicción, la anorexia, la bulimia, autolesiones, ataques de pánico, que están por fuera del lazo significante que sólo pasa por el sujeto… en tanto el significante es lo que representa al sujeto para otro significante. En este contexto, es una vez más necesario devolver el sujeto al Otro del deseo.

 

Bibliografía

-Borges, J.L. (2005). Para una versión del I King, en el I Ching. Buenos Aires: Sudamericana.

-Lacan J. (1976-77). Seminario XXIV: L´insu que sait de l´une-bevue s´aile a mourre. Inédito.

-Lacan J. (2008). My teaching. Londres: Verso. Intervención realizada en 1967.


[1] La traducción es nuestra. (Nota de la autora).

[2] Ver el trabajo que Alejandro Rostagnotto viene sosteniendo como Analista de la Escuela respecto a esto, especialmente recomendado su artículo en Wunsch 21.

[3] Lacan, J. My Teaching, Ed. Verso, p. 113: helping them find, namely the right situation of asceticism, or what I would call destitution: that is the situation of the analyst to the extent that he is a man like any other, and one who must know that he is neither knowledge nor consciousness, but dependent upon the desire of the Other, just as he is on the speech of the Other. La traducción es nuestra (Nota de la autora).  

[4] Encyclopedia Britannica, Vol. 2, p. 562.

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