Algunas palabras del psicoanálisis Freud las toma prestadas
de la política: represión, conflicto, resistencia, censura. En nuestro campo
aluden a las formaciones del inconsciente, entre las cuales se encuentra el
síntoma. Hay varias relaciones que se
pueden establecer entre política y psicoanálisis, imagino que leyendo los
artículos de esta revista me sorprenderé con las que establezcan otros
autores. Se me ocurren algunas como:
¿Qué de anticapitalista tiene el acto analítico?, ¿La ideología del analista interfiere
en la cura, o su destitución subjetiva lo protege completamente de ese
peligro?, ¿Cuál es la función del analista en la polis?.
¿Qué sucede cuando los analistas salen del consultorio a dialogar con otros
discursos de la época?, ¿Es posible ese diálogo?, ¿Tiene incidencias políticas
el psicoanálisis en nuestra época, y viceversa, de qué modo los discursos de la
época inciden en el psicoanálisis? Otra de las formas de intersección entre
estos dos campos es la política de las Escuelas. Además de diferencias
teóricas, las Escuelas de analistas se diferencian por cuestiones políticas.
Me detendré en una forma de relacionar política y
psicoanálisis que tiene que ver con una premisa que hemos escuchado tantas
veces: La política en psicoanálisis se orienta por el síntoma. En la Dirección de la cura y los principios de su
poder (1958), Lacan alude a la
política del analista para decir que en ese terreno es un poco menos libre que
en la táctica y en la estrategia, indicando que “haría mejor en ubicarse por su
carencia del ser que por su ser.” (Lacan, 1958, 569) Una de las ideas principales de este mismo
texto refiere que en un análisis lo que el analista dirige es la cura y no
personas, pacientes, ni analizantes. El poder que otorga la transferencia en su
fase de sujeto supuesto saber, es a condición de no usarlo, mucho menos
abusarlo; a diferencia del uso del poder que se hace en la política. Un
analista no convence a sus pacientes, no adoctrina, no pretende adaptarlos, ni
normalizarlos, aun cuando estos elijan caminos que a criterio del analista no
resulten los más convenientes. Varios años después, en la Conferencia en Ginebra sobre el síntoma (1975), dice lo mismo de otro modo: “(…) la persona que hizo esa demanda
de análisis, cuando comienza el trabajo, es ella quien trabaja. Para nada deben
considerarla como alguien a quien ustedes deben moldear. Todo lo contrario.”
(Lacan, 1975, 119) La función del analista
es invitar a quien demanda a hablar, escuchar, en algunas ocasiones,
interpretar, y dirigir una cura sabiendo desde el comienzo que, aunque un
análisis llegase hasta el final, lo que produce es un incurable. Entonces, las preguntas que orientan cuando hablamos de
la política del síntoma, podrían ser: ¿Qué cura un análisis y qué no cura? ¿Qué
podemos esperar de un análisis y qué no? ¿Qué queremos decir cuando repetimos
que la política del psicoanálisis está orientada por el síntoma?
“Que el síntoma instituya el orden en que se revela nuestra
política implica, por otro lado, que todo lo que se articula en ese orden sea
pasible de interpretación.
Por ello tiene mucha razón al colocar al psicoanálisis a la
cabeza de la política. Y esto podría no ser del todo tranquilizador para lo que
hasta aquí se destacó como política, si el psicoanálisis se demostrase al
respecto advertido.” (Lacan, 1971, 26) En Lituratierra (1971) Lacan dice
que no sería del todo tranquilizador ubicar al síntoma como lo que instituye la
política del psicoanálisis. ¿Por qué? ¿Qué le hace un análisis al síntoma y qué
no le hace?
Lo que si
Un análisis comienza con un sí, al igual que el comienzo del
mundo para Clarice Lispector, “Todo en el mundo
comenzó con un sí. Una molécula le dijo sí a la otra molécula y nació la vida.”
(Lispector, 1977, 21)
Un análisis comienza con un sí a la propuesta de hacer la experiencia del
inconsciente y dejarse sorprender por sus consecuencias, para lo cual se
requiere como mínimo un poco de coraje porque se sabe que por trayectos puede
ser una experiencia no muy placentera. Sólo bajo la promesa de que ese esfuerzo
traería alguna retribución, hay quienes nos embarcamos en un trabajo tan
costoso, en más de un sentido, a condición de liberarnos de la cobardía de las
indecisiones, las contradicciones, las inhibiciones, la angustia y de los
síntomas. Pero, hete aquí que la propuesta analítica no consiste en eliminar al
síntoma, no pretende erradicarlo, sino escucharlo y analizarlo. La
interpretación es la única herramienta y apunta principalmente a revelar el
inconsciente, es decir, lo que el sujeto no sabe, mejor dicho, lo que no sabe
que sabe. Haciendo ese trabajo el analizante se entera, además, que las exigencias de las satisfacciones pulsionales son
parciales y fragmentadas, que la castración del lenguaje no permite
decirlo todo, que está alienado a los significantes y a los ideales del Otro
del discurso, que no existe proporción sexual, entre otras cosas.
En un primer tiempo del análisis, el sujeto supuesto saber
es el pivote de la transferencia y sobre este soporte se construye una
historia, se la edita, se van armando otras versiones de la historia, otras
ficciones, en este tramo el objeto está latente, por lo que no vale la pena
andar preguntando dónde está el objeto a.
En un segundo tramo, donde comienza el análisis propiamente dicho, se comienza
a producir la elaboración de un saber inconsciente por medio del trabajo de la
transferencia, y el objeto queda al desnudo. Este otro momento requiere un sí
decisivo por parte del analizante para avanzar, porque no es sin el horror. El
inconsciente es bastante despiadado con el sujeto, no hace concesiones y,
además, es incorruptible.
Embarcarse en esta aventura tiene consecuencias en el
síntoma. El síntoma del comienzo va mutando a lo largo de un análisis, no es el
mismo síntoma con el que alguien llega a demandar un análisis, que el síntoma
analítico, que lo que queda de éste luego de los intentos de deshacerlo,
desagregarlo, analizarlo. ¿Qué resulta de un síntoma cuando ya no inhibe, ni
divide, ni angustia? ¿Qué otro estatuto puede tener un síntoma que no sea el de
hacernos sufrir?
En Observación sobre
el informe de Daniel Lagache (1960), Lacan
plantea estos dos tiempos del análisis en los siguientes términos: al principio lo que ocurre es que la
reducción de los ideales de la persona enfrenta al sujeto con el hecho de saber
si quiere lo que desea, el analizante se ve abolido como sujeto, para luego
“tomar en el término verdadero del análisis su valor electivo de figurar en el
fantasma aquello delante de lo cual el sujeto se ve abolirse, realizándose como
deseo.” (Lacan, 1960, 662) Es decir, cuando el objeto a figura en el fantasma frente al sujeto que es abolido, podríamos
decir, cuando el sujeto se reconoce como objeto. El análisis, como el campo al
cual vamos a pagar una especie de rescate del deseo. Retomemos entonces la pregunta ¿Qué queda del
síntoma cuando el sujeto ya no está dividido porque lo que quiere no es lo que
desea? Cuando ya no se analiza la relación de objeto, cuando ya no se analiza
prácticamente, ni tampoco se interpreta, porque analizar es desplazar el
significante, y la relación que surge al final con ese objeto que deviene el
sujeto es un punto fijo a ese desplazamiento.
Queda nada más y nada menos que hacer un duelo para separarse de ese
otro objeto que también devino el analista.
Vale la pena hacer un análisis por su objetivo
ético que es producir un sujeto no que no se angustia más, pero sí al que la
desidentificación de los ideales, de los significantes del Otro del discurso le
permitirán que se revele una fijación de goce, un ordenamiento de las
satisfacciones pulsionales y del fantasma que sostiene al deseo. Hacia el final
de un análisis se debería producir un sujeto liberado de la duda de qué es para
el Otro, y eso se logra habiendo pasado por la falta del Otro, ese podría ser
un cierre a la pregunta analítica. “Lo posible, lo que cesa de escribirse del gran clamor del sufrimiento humano
mediante lo que Lacan llamaba la salida
de la tropa e incluso la salida del discurso capitalista, está allí para
designar un cambio en el deseo y en la relación con el goce.” (Soler, 2011, 66) Lo remediable en un análisis es la declamación del
sufrimiento de lo que atormenta al sujeto, de sus pesadillas, de lo que no
anda, lo que duele, y lo que aterra.
Lo que queda es una depuración de los síntomas
de la entrada en análisis hasta llegar a un síntoma que es más bien una
reducción analítica de la configuración del deseo y goce. Hacia el final se
trata de lo que es del sujeto en el núcleo del ser.
Se dice que vale la pena soportar la violencia
del acto analítico para llegar a esto, a lo más singular de cada uno y
encontrarle una utilidad sabiendo que hay algo que es imposible de satisfacer,
que un análisis no hace que desaparezcan las exigencias pulsionales pero sí les
da un tratamiento a las pulsiones que permiten que sea posible otra manera de
vivir el síntoma cuando se lo conoce porque se lo experimenta, experiencia
íntima que jamás dejará de tener algo ajeno. El síntoma pasa de ser un digno
oponente a lo más propio del ser, a ser inmodificable. El síntoma analizado se
vuelve todo lo que nos pasa, el síntoma soy yo.
Entonces, retomo las preguntas ¿Enseña algo un
análisis? ¿Qué aprendemos en un análisis? Podría decir en términos generales
que un análisis trabaja para que el sujeto devenga alguien sin compasión y sin
temor. También que produce algunos
imposibles: el de decirlo todo por el efecto de castración que tiene el
lenguaje en el sujeto, el de decir lo verdadero de lo real; enseña que el incesto
es creer que la verdad es lo real, enseña, también, que la verdad es una
ficción, que no hay verdad que no mienta, y lo imposible de la proporción
sexual, cuestiones que a veces provocan una gran decepción. Decepción que, en algunos casos, es matizada por
advertir que un síntoma analizado podría adquirir la función de venir a
compensar estos imposibles.
Aprender esto sería imposible sin el síntoma,
el síntoma es lo necesario, no hay sujeto sin síntoma. Un análisis enseña a
moldear el síntoma no la persona que lo porta, a manipularlo para no padecerlo
tanto, a que mute, pero no a exterminarlo, porque, ¿Qué quedaría de un sujeto
sin síntoma? El síntoma analizado es el que hace a un sujeto seguro del saber
elaborado, cuando el sujeto no duda es el seguro del
fantasma el que funciona, el que pone fin al cifrado que podría llegar a ser
infinito del inconsciente, un real que fija el sentido. Del síntoma analizado se advierte también cuando podemos leernos sin
la intermediación del analista, gracias a la relación al inconsciente que cada
cual ha ido estableciendo.
Lo que no
Un análisis termina con un no. Cuando alguien dice no quiero
más, es suficiente. Como El puro no
de Oliverio Girondo (1953) en su poema donde escribe las distintas maneras de
decir no, un “no” puro, que se diferencia de otros no como el de andar noando por la
vida. Parecido al “decir que no” al que refiere Lacan en El atolondradicho (1972), tan distinto a
la negación.
Es evidente que el inconsciente nunca se
revela totalmente, que hay una parte de la pulsión que resulta indomable y
exige un goce particular, que los efectos terapéuticos son parciales y
precarios. Si bien dijimos que un análisis provoca una remodelación del
síntoma, no hay garantía de que eso sea para siempre, porque lo inconsciente es
dinámico, es como una máquina que trabaja de modo secreto. Lo incurable es el producto que surge hacia el final. Lo
incurable es el hecho de estar advertido acerca de la división, acerca de que
el sujeto supuesto al saber es inaccesible. Ese saber que, por más que se pueda
atrapar solo en trozos, una vez adquirido hace imposible seguir recurriendo al
analista. Lo incurable es también un punto donde apoyarse para ejercer la libertad
de nuestros actos, pero no es garantía de saber cómo vivir. En este punto me
pregunto por esa parte del goce que no ha sido elaborada por el saber
inconsciente, ¿Cuál es el destino de lo indecible, de lo inaccesible? ¿Qué
problemas puede traer eso del saber que es lo no ficticio, lo no arreglable, lo
no interpretable?
Un análisis sí colabora con la invención de la ficción
fundamental que fija lo real del encuentro con el enigma del deseo del Otro,
pero ¿Qué sucede con lo que no quedó fijado? ¿Qué destino tiene lo
irremediable, lo que no cambia, lo inanalizable?
Un análisis, como dijimos, enseña algunas cosas, pero hay
otras que no, un análisis no resuelve la vida, no produce sujetos sin angustia
porque la angustia es una respuesta ante lo real, y eso es ineliminable.
Así como un análisis remedia algunas cosas, hace que cese el sufrimiento,
también deja al descubierto lo irremediable: la castración y el síntoma. En
este punto Lacan se diferencia de Freud quien creyó que los análisis se
detenían o no terminaban porque se topaban con lo incurable, lo irremediable;
mientras que Lacan plantea que los análisis se terminan justamente cuando
llegan hasta ahí. En el seminario XVI De
un Otro al otro (1968-1969), retomando los desarrollos del seminario
anterior, Lacan dice que el fruto de un análisis terminado es una verdad de la
que el sujeto es desde entonces incurable, precisamente porque se evacuó uno de
los términos, a saber, el a.
Para terminar, voy a contar una anécdota que recordé
mientras escribía esto. Un día, hace muchos años, andaba paseando y me detuve
en la vidriera de una librería que exponía un libro que me llamó mucho la
atención. En realidad, lo que me llamó la atención fue la conjunción del título
del libro y del autor. El libro se llamaba Aprender
por fin a vivir (2004), y el autor, Jacques Derrida. Me preguntaba cómo
alguien como Derrida podía publicar un libro con un título prácticamente de
autoayuda. Me lo compré. El libro es una breve entrevista que Birnbaum le hace al autor estando muy enfermo, una
entrevista que, cuando Derrida la revisa antes de su publicación, califica como
necrológica. En la segunda página del libro sobrevino la desilusión porque el
filósofo argelino estando muy próximo a morir reconoce que no ha aprendido a
vivir, que si hay algo que es imposible es aprender a vivir. Retoma hacia el
final de su vida la reflexión de la aporía trabajada en textos anteriores aprender a vivir, y reafirma su
imposibilidad: “Vivir, por definición, no se aprende. Ni de uno mismo ni de la
vida por la vida. Sólo del otro, y por la muerte. El vivir, como el morir no se
aprende. (…) No sólo, desde luego, porque quien atraviesa la prueba de la
muerte se prepara para dar el paso al más allá “tan desarmado como el niño que
acaba de nacer”, sino también, y sobre todo, porque la
tarea de todo superviviente, es decir, de quien sobrevive provisionalmente al
otro, al amigo, consiste, en lo sucesivo, en sobrellevar su desaparición”
(Derrida, 2004, p. 15)
Poco importa si el saber adquirido por el filósofo hacia el
final de su vida fue en un análisis o en otro lado, porque coincidimos con él.
Un análisis, incluso terminado, no enseña a vivir, porque aprender a vivir es
aprender a morir y eso es imposible.
Bibliografía
-Derrida, J.
(2004), Aprender
por fin a vivir, Amorrortu editores, Buenos Aires, 2007
-Girondo O.
(1953), Calcomanías,
espantapájaros, nocturnos, embelecos, Mondadori, Buenos Aires, 1999
-Lacan, J.
(1958), “La
dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos 2,
Siglo veintiuno editores, Buenos Aires, 2001
-Lacan, J.
(1960), “Observación
sobre el informe de Daniel Lagache: Psicoanálisis y
estructura de la personalidad”, Escritos
2, Siglo veintiuno editores, Buenos Aires, 2001
-Lacan, J.
(1975), “Conferencia
en Ginebra sobre el síntoma”, Intervenciones y Textos 2, Manantial,
Buenos Aires, 2001
-Lacan, J.
(1971), “Lituratierra”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires,
2016
-Lacan, J.
(1972) “El atolondradicho”, Otros escritos,
Paidós, Buenos Aires, 2016
-Lacan, J.
(1968-69), Seminario
16:
De un Otro al otro, Paidós, Buenos Aires,
2008
-Lispector C. (1977), La hora de la
estrella, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 2010
-Soler, C.
(2011), El fin
y las finalidades del análisis, Letra viva, Buenos Aires, 2013