Contempla el rebaño que ante ti se apacienta. No sabe lo que es ayer ni lo que es hoy; corre de aquí allá, come, descansa y vuelve a correr, y así desde la mañana hasta la noche, un día y otro, ligado inmediatamente a sus placeres y dolores, clavado al momento presente, sin melancolía ni aburrimiento.


Nietzsche, Consideraciones intempestivas.



La frase “el analista a la altura del sujeto” fue empleada por Lacan en 1967 en una conferencia en el Centro Hospitalario le Vinatier de la ciudad de Lyon. Allí sostuvo que el fin de su enseñanza, su telos[1],es el de hacer psicoanalistas a la altura de la “función que se llama sujeto”. La expresión se parece a la que encontramos en su texto Función y campo de la palabra y del lenguaje…, publicado una década antes, donde exhorta a renunciar a la práctica analítica a aquel que no pueda unir al horizonte de su práctica la subjetividad de su época.

Subjetividad y sujeto, sin embargo, son dos nociones muy diferentes. El término subjetividad será luego criticado severamente por él mismo, porque hace del sujeto algo coleccionable en rebaños. Pero no lo discierne todavía en Función y campo…, donde la vaguedad filosófica del término subjetividad diluye el término sujeto al punto de llevar a Lacan a confundir por un lado eros y rebaño, por otro análisis y muerte; doble pifia con la cual revela no estar todavía a la altura de Freud, para quien la segregación {Entmischung} entre eros y pulsión de muerte resulta contraria a los fines del análisis. El fin del análisis no es la muerte, su final por lo general tampoco. Y el eros no necesariamente domestica. Carver, mínimo y genial, muestra que no es claro de qué hablamos cuando hablamos de eso.

En 1967, en cambio, Lacan afirma que el fin de su enseñanza es el acto de promover al analista a la altura del sujeto, el cual “sólo funciona dividido”, dice. Tremenda aclaración que casi nadie tiene en cuenta. Subraya además que en esa enseñanza él se consagra a esa división, la denuncia y la demuestra, aunque por vías diferentes de las que pudo recorrer en esa improvisada conferencia, cunado sólo habló del sujeto de un modo “reducido”, filosófico y no clínico, a falta de tiempo para aportar las referencias de su enseñanza y de lo que resulta de ella, su doctrina. La clínica señala no el fin sino el final de la filosofía, porque no es un amor a un saber asexuado, sino una aprehensión íntima de la división inherente al sujeto en tanto varón o mujer, un conocimiento de sí que se evidencia en la dimensión temporal de la urgencia, cuando se presenta como imposible de soportar.

Esa enseñanza ya se ha abierto, en 1967, a la dimensión del acto analítico como algo diferente de la muerte, por suerte, y también de la muerte anticipada por la subjetividad como representación a la moda, mera sumisión del sujeto. El acto analítico asegura para Lacan su teoría en la aprehensión clínica de la división encarnada, esa división palpitante que podemos advertir como síntoma en cada sesión, cuando estamos a la altura, sea como analizante, sea como analista.

Llamamos aquí síntoma a eso que el sujeto percibe en sí mismo como extraño, como irreconocible, como disforia y desacuerdo con su placer, con su confort, con su identidad yoica, de fantasía, de relato sociológico o de metaverso. El síntoma es ese cuerpo extraño irreconocible para el yo señado por Freud en Inhibición, síntoma y angustia; ajeno e inasimilable pero incrustado en el ser como un escrúpulo (piedrita en latín) que vuelve el simple acto de caminar o pensar cada vez más insoportable. La inhibición, dice, es cuestión del yo; otra cosa es la división del sujeto que, a falta de acto, se activa como sujeto-síntoma, sujeto-corte, sujeto “corte-en-acto” llega a escribir Lacan.

La angustia, si se la considera como Freud en lugar de anestesiarla, es una suerte de pre-acto, de apronte angustiado para la acción. Por eso Colette Soler la considera una forma salvaje de destitución subjetiva. No sujeto dividido como el síntoma, sino destitución subjetiva, ser sin división. Salvaje a falta de elaboración transferencial del síntoma. De allí que el síntoma resulta la noción fundamental de la clínica de Freud y Lacan, y no la angustia {anxiety} que lleva a Melanie Klein a promover una práctica del acting out más que de la transferencia.

A propósito del síntoma en la psicosis, Lacan propone esta definición, que extendemos a todo lo que en psicoanálisis puede llamarse síntoma sin pasarse de la raya, de los límites éticos que nos impiden el diagnóstico practicado desde la soberbia miserable del experto en clasificaciones. El síntoma es lo que el sujeto conoce de sí, sin reconocerse en ello. El sujeto lo conoce, lo padece, pero no reconoce en él su propia producción.

En esta época en que está de moda apresurar identidades mediante los dispositivos de etiqueta del capitalismo, incluso con el aval de los filósofos antifreudianos, conviene una mirada anacrónica para recuperar los fundamentos del análisis. Esos sobre los que Freud a fines del siglo XIX, en la Viena imperial de Francisco José, abrió la posibilidad milagrosa, por primera vez en la historia, de interrogar lenguaje y sexo (femenino) a partir del síntoma. Fue éste el que le permitió cuestionar la identidad genérica promovida por los discursos, que en lugar de análisis promueven hipnosis, fármacos, tecnología, consumo, cirugía, manipulación, militancia, filosofía y si no te alcanza, autoayuda.

En los días actuales vemos a los psicoanalistas plegarse a la moda, el “psico”análisis puede ser “con perspectiva de género” (¿habría que aclarar también si es “con perspectiva de raza”, “de clase social”, de “credo”, de “ideología”?). Anunciarse así para muchos resulta más fácil entrar en el mercado. Al mismo tiempo, los psicoanalistas a la moda dejan de referirse al sexo en la trama de sus relatos clínicos. Hablan, en su lugar, de “sexuación”, basándose en una suerte de tablita evolutiva e identificatoria a la que se refieren como “fórmulas de la sexuación”, que leen como si fuera una contribución de Lacan a Facebook de modo tal que la “identidad” se consiga sin pasar por el síntoma ni pagar el precio. El resultado es un poslacanismo que repite el gesto vanguardista de Adler y Jung, el de suturar la apertura fundamental abierta por Freud. La pregunta por el sexo ha de ser borrada, la división subjetiva que se expresa en el síntoma ha de ser velada. Para lograrlo, se recorta una partecita del seminario Encore (Aún o En-cuerpo) evitando el laborioso camino a través del cual Lacan llegó hasta allí, en un zigzag riguroso que culmina en su seminario ou pire y en su texto L’étourdit. En ese camino se le revelaron lógicas radicalmente diferentes incorporadas en la mujer y en el varón, que justifican afirmaciones suyas tales como “la castración es la disyunción entre cuerpo y goce”, “el cuerpo femenino es el lugar del goce”, “la mujer no existe”, “no hay relación sexual”.

Nos encontramos ahora con un psico-lacanismo sin perspectiva de sexo, falto de rigor lógico, que avala demasiado pronto los disfraces de singularidad con que cada “yo” se presenta sin pasar por el único síntoma que realmente importa en el análisis, el que se inscribe en el cuerpo como lugar simultáneo de goce y desacuerdo, en las diversas formas freudianas en que el juicio adverso del sujeto incide allí: pensamientos y escrúpulos en la cabeza (que, salvo decapitación, forma parte del cuerpo), los clásicos dolores histéricos por distopía uterina y las zonas erróneas que genera, la fibromialgia existencial, las cenestesias por las que el Otro invade el cuerpo y lo “feminiza” en el varón, lo abusa y devasta en las mujeres, etcétera.

El psicoanalista de hoy en día no suele interesarse en estar a la altura del sujeto que se incorpora por división, ni tampoco apreciar el valor revolucionario que resguarda el síntoma para el ser electivo en que el lenguaje nos constituye. Suele interesarse en cambio, incluso con Lacan, en los modos clásicos de velarlo, los de la fantasía. Para Freud, fantasear era una actividad inhibitoria y tremendamente costosa. Ahora en cambio se habla del “fantasma”, sustantivo y ya no verbo, se lo estudia y se lo fija con las anteojeras del objeto a, como si Lacan no hubiera dictado nunca …o peor. La realidad permanece psíquica y a-sexuada, allí siempre pasa lo mismo y nada nuevo podría encontrarse, incluso la heterosexualidad es trucha como bien denuncian los discursos feministas, señalando la escasa consideración del sexo femenino por parte de los teóricos falocéntricos y a-sexuados.

Pero esto no termina aquí, “actualmente” se puede incluso prescindir del “fantasma”, la amoral del capitalismo ofrece alternativas, consumos legales o ilegales que permiten diluir más aún la división subjetiva mediante ofertas amplias y accesibles. En los años 80 las estadísticas de John Talbott y su equipo sorprendieron a los psiquiatras, un alto porcentaje de los “enfermos mentales” americanos consumían alcohol y drogas. Hoy en día puede apreciarse con evidencia cotidiana que shoppings, clonazepam, cocaína, redes disociales y muchos otros recursos contribuyen a compensar e incluso borrar el síntoma, al menos durante un tiempo, mediante tecnologías de disociación y narcosis. La realidad sexual del inconsciente es informatizada y reemplazada por paja digital. La clínica freudiana de la división del sujeto parece cada vez más ausente.

Aun así, sus indicios permanecen en esta civilización de proletarios desorientados, dopados, consumidos, con tatuajes que reemplazan las marcas lavadas mediante chips incorporales que se introducen en el cuerpo con el simple empleo de los smartphones (tranquilos los antivacunas, esos chips nos penetraron por la oreja, por los ojos, por los dedos, ya la tenemos adentro, como decía el gran astro argentino). Esos indicios del sujeto freudiano también se leen como un palimpsesto bajo el texto de los DSM, manuales máximos de la APA. De allí se ha logrado eliminar términos como histeria, paranoia, pasiones y tantos otros que designan formas diversas del síntoma. Sin embargo, no han podido eliminar lo que es el signo freudiano del sujeto, la disforia o el desacuerdo del enfermo consigo mismo en materia de cuerpo, de género, de elección del objeto, etcétera.

Por supuesto que esos manuales no están al servicio del sujeto, sino de su supresión. Es por razones lógicas y no por azar, dijo Lacan, que el capitalismo y el psicoanálisis coinciden en la misma época. El sujeto del que el analista puede ser el partenaire, si está a la altura, es el que el capitalismo digital deja afuera de modo riguroso y sistemático. Si hablamos de la subsistencia del psicoanálisis, sólo la persistencia del síntoma la asegura. Por ahora, estamos a salvo de la extinción, si es que sabemos estar a la altura, lo cual no es cómodo, al contrario, causa horror, hecho que Lacan señaló varias veces en sus Otros escritos, y particularmente en su reseña del seminario Problemas cruciales…, donde sitúa el tema con precisión:  “La dificultad de ser del analista se debe a lo que encuentra como ser del sujeto: el síntoma”, “Que el ser-de-saber deba reducirse a no ser más que el complemento del síntoma, le causa horror; al dejarlo pasar posterga indefinidamente el estatuto del psicoanálisis como científico”. El estar a la altura del sujeto es exigible para el analista, “(…) que lo representa con el ser y no con el pensamiento”.

Así podemos retornar, con Lacan, al acto de Freud y sus consecuencias clínicas. Sólo en la división del sujeto, en su disforia encarnada, en su desacuerdo existencial consigo mismo, puede fundarse un diagnóstico libre de prejuicios, a partir del cual un análisis como desencadenamiento, deconstrucción y solución eventual de su partición es posible. La condición es no desconocer sus imposibles, sus límites estructurales, el cuerpo de varón que le tocó, o de mujer que es otro y Otra, su tiempo todavía abierto entre el acto y la muerte. Entre esos imposibles también está lo que del síntoma resulta incurable, como residuo de esa división con que el sujeto resguarda su posición vacilante, de sumisión/rebelión, garantía paradójica de su libertad y de una ex-sistencia que resiste a los propósitos de cura programada, de normalidad clasificable o de formación profesional acabada. Todavía podemos inscribir, entre esos límites inexorables, la inscripción o no de la función del padre real, ese nombre de nombre de nombre que hoy se declina o se ignora en tatuajes y piercings no borromeos y en compromisos más o menos tóxicos bendecidos por una clínica tinellizada.

Promover el retorno con Lacan al decir de Freud, al de Gödel, y a las referencias clásicas en que se funda su enseñanza, es anacrónico, fuera de moda. La Universidad ya no quiere saber nada con el sujeto dividido, la ciencia tampoco, al capitalismo no le rinde ocuparse del sujeto, sí en cambio facilitarle la vida, engañarlo. En algunos restaurantes de China, al salir basta con sonreír, porque ese smile es reconocido por coordenadas algorítmicas biométricas que permiten deducir los gastos directamente de la cuenta bancaria del consumidor, evitando el molesto ceremonial del pago, que recuerda un costo y duele un poco.

Una lectura anacrónica puede echar alguna luz sobre la época y su oscuridad. En 1874 Friedrich Nietzsche publicó sus Unzeitgemässe Betrachtungen, consideraciones fuera de moda, inactuales, intempestivas, a contratiempo, para señalar una mirada de lo contemporáneo que se apoya en las raíces a partir de las cuales esa actualidad es posible. Agamben retoma esas consideraciones en ¿Qué es lo contemporáneo?, afirmando que sólo quien percibe en las cosas más recientes los índices del arcaísmo puede ser contemporáneo. Arcaico significa próximo de la arjé, la procedencia, la raíz. El acceso a lo actual que conviene, incluso para testear su novedad, exige una arqueología.

Aquellos que coinciden demasiado plenamente con la época no alcanzan a verla, ni a entender sus condiciones de producción, ni a reflexionar sobre su propia existencia, sus deseos y sus finalidades. Por eso conviene pensar lo actual no sólo a partir de la historia y de las condiciones colectivas y ahora globales, sino también desde la relación personal con el propio tiempo al que uno adhiere, tomando cierta distancia, interviniendo mediante desfasaje y anacronismo, sin alienarse completamente en lo que el tiempo actual impone como subjetividad políticamente lavada.

 

Bibliografía

-Agamben, G. (2006) ¿Qué es lo contemporáneo? Desnudez. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2014, pp. 17-30.

-Lacan, J. (1953). Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis. Escritos 1. Buenos Aires: Siglo XXI, 2008.

-Lacan, J. (1967). Mi enseñanza. Buenos Aires: Paidós, 2016.

-Nietzsche, F. (1844-1900). Consideraciones intempestivas. Madrid: Alianza.

 


[1] ¡Telos sin “h”, por favor! En la edición en español, el término telos, finalidad, fue tipeado como thelos. Dios, Theós, resultó así inyectado de un modo que el análisis no exige, y más bien llama a revisar.



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