Lacan nos ha invitado a seguir la pista que da la
histeria encaminándonos hacia el pecado
original del análisis. Este pecado no es, ni más ni menos, que el deseo
excepcional del propio Freud, una posición como señala en Televisión, “dócil al histérico” (Lacan, 1973, p. 91). Es
justamente a esta idea que Lacan quería abocarse en su inconcluso “Seminario de
los Nombres del Padre” cuando afirma que el rasgo diferencial de la histérica
es precisamente que en el movimiento mismo de hablar, ella constituye su deseo.
Asimismo, Lacan hace referencia allí que Freud entró por esa puerta en las
relaciones del deseo con el lenguaje, y que fue así que descubrió los mecanismos
del inconciente. (Lacan, 1964, p. 20).
El primer texto de Freud, que inagura la recopilación de
sus obras completas, se titula Informe
sobre mis estudios en París y en Berlín. Es un texto realizado gracias a
una beca de viaje del Fondo de Jubileo de la Universidad (octubre de 1885 -
marzo de 1886). Podemos preguntarnos por qué es el texto que encabeza su obra
si no fue el primer texto que Freud haya escrito. En la nota introductoria James Strachey subraya
el salto fundamental que este implica; dice:
este infome indica con toda
claridad que su experiencia en Salpêtrièr fue un punto de viraje en su carrera.
Al arribar a París su tema escogido era la anatomía del sistema nervioso; al
abandonar esa ciudad, su espíritu estaba embuido de los problemas de la
histeria y el hipnotismo. Dando la espalda a la neurología se encaminaba hacia
la Psicopatología (Strachey, 1956, p. 4).
Este cambio radical que podemos fechar a comienzos de diciembre de 1885, se debe
a las “empobrecidas” características
del laboratorio al cual Freud fue asignado durante esta beca, lo que lo obligó
a renunciar al trabajo anatómico. “El
laboratorio de ningún modo estaba instalado como para acoger a un trabajador
ageno a él… me vi entonces precisado a renunciar al trabajo anatómico” (Freud,
1885, p. 8). Dicho motivo no fue sino la ocasión que precipitó el cambio en la
dirección de sus intereses. No podemos menos que pensar que Freud, complice del
azar, se “encontró” realizando un acto fiel a su deseo al decir “no” al trabajo
en aquel laboratorio.
Gracias a la influencia del trato continuo y personal con el Profesor Charcot,
Freud inclinó su formación a la Clínica de Salpêtrièr, allí encontró las
primeras pistas para seguir su deseo -todavía latente- e interesarse por la
histeria. Freud adjudica a este encuentro fecundo, su brillante trabajo Algunas consideraciones con miras a un
estudio comparativo de las paralisis histéricas y motrices de 1893. Texto que consagra un
quiebre irremediable entre las causas anatomícas y las neurosis, dando al cuerpo
un carácter significante.
De la simulación, al cuerpo que habla
En la segunda mitad del siglo XIX la histeria era leída como simulación.
Desde esta perspectiva, Freud estudia las característcas de aquellas parálisis
paradógicas, definiéndolas como “delimitación exacta e intensidad excesiva”,
dos cualidades imposibles de adjudicarle a la distribución de los nervios
anatómicos. Según
Freud, lo que se paraliza es la
idea de esa parte del cuerpo conectada por vía asociativa con su causa traumática
–su valor significante-, situando la presencia de una carga afectiva en el órgano
en cuestión. Este nuevo paso de Freud abre las ventanas a la escucha de esos
significantes que, haciendo marca en el cuerpo, hablan. Durante su
investigación encuentra un signo de otra índole en sus histéricas, que tenía
relación con el “dolor” en esa parte del cuerpo libidinizada. Cuando las examinaba,
percibía los semblantes de los rostros de un modo característico y sospechoso, un
padecer que escondía un placer más allá.
Del trauma acontecido a la fantasía que entrama al
deseo
Otro momento crucial es aquél en que Freud deja caer la teoría del trauma como acontecido y cobra -a partir de allí- central importancia la teoría de la fantasía. De la mano de sus elaboraciones respecto de la histeria, recordamos el escenario de la famosa carta número 69, que Freud le escribe a su entonces amigo y confesor Fliess, el 21 de Septiembre de 1897. En ese momento, Freud se encontraba consternado por los hallazgos constantes y repetidos en su labor clínica, al punto de escribirle a su amigo la célebre frase: “ya no creo en mis neuróticas” (Freud, 1897, p. 301). Esa frase, tantas veces citada en la historia del psicoanálisis, ha sido reproducida de manera deformada en términos de “mis histéricas me mienten”, pero si seguimos la indicación lacaniana y volvemos a la letra de Freud, se hace evidente que es él –el mismo Freud- quien se ubica en el centro de la escena, nombrándose como sujeto de la acción. Es él quien está comenzando a abandonar algo en lo que hasta el momento creía. Se trata, ni más ni menos, del primer tiempo del trauma, aquel fechable en la infancia del sujeto. Encontramos aquí algo muy importante para señalar en nuestra práctica clínica: darle peso a la realidad psíquica no destrona la teoría traumática de la sexualidad. Desde el lugar del analista, deberíamos estar disponibles a encontrarnos con hechos traumáticos efectivamente acontecidos, que clínicamente abren un abanico ético muy distinto. A menudo surgen en los relatos de nuestros pacientes, secuencias de agresiones sexuales feroces, intrafamiliares, etc. Esos relatos evidencian que dichos atentados toman como blanco subjetividades muy dispares con respecto a su madurez psicofisica.
Retomando el camino freudiano, por aquel entonces la teoría afirmaba que, si había histeria, había un
agente seductor. Es decir que se hallaba argumentos fantasmáticos, y que todos
ellos compartían la misma matriz. Son fuertes las expresiones freudianas que
testimonian, por un lado, la confianza que tenía en su descubrimiento y, por
otro lado, el deseo verdaderamente emparentado con el saber que lo habitaba.
Por citar una de esas secuencias, releemos en “los historiales clínicos” en Estudios sobre la histeria de Breuer y
Freud, el comienzo de las notas sobre “Señora Emmy von N”:
El 1º de Mayo de 1889 comencé a prestar atención médica
a una dama de unos 40 años, cuyo padecimiento y cuya personalidad despertaron
tanto mi interés que le consagré buena parte de mi tiempo e hice de su
restablecimiento mi misión (Freud, 1893-95, p. 71)
La fantasía de seducción que
proponemos revisar, no es la de esas pacientes que consentían el trabajo
propuesto por el incisivo Freud que las (es)forzaba a “recuperar” algún
recuerdo que coronara su teoría, sino más bien, el fantasma freudiano que el
mismo padre del psicoanálisis logró abandonar al no permanecer fascinado
(seducido) por todos los ejemplos que cosechaba, los cuales no hacían más que
reconfirmar su teoría. Son estos mismos hallazgos los que llevan a Freud a
desconfiar de la proliferación de los sucesos en tanto acontecidos. En lugar de
quedar allí detenido, Freud -al percatarse de los resultados sospechosamente
parecidos entre sí a los que arribaba- produce un movimiento y confiesa que
sabe que es él mismo quien generaba esos relatos, los inducía. A partir de ese
momento, Freud invita a pensar cómo relanzar su aparato de lectura. Esta es la
razón por la cual decimos que el deseo de Freud era un deseo en constante movimiento,
comprometido en un más allá de lo que su propia investigación le arrojaba como
resultado.
Del sueño fisiológico al deseo en el sueño…
Mientras que para la ciencia, el sueño era sólo un proceso fisiológico (es
decir que sería en vano buscarle un sentido o un propósito) Freud se posiciona en
la vereda de enfrente expresando en El delirio de los sueños en la Gradiva
de W. Jensen:
En esta polémica sobre la
apreciación del sueño, sólo los poetas parecen situarse del mismo lado que los
antiguos, que el pueblo supersticioso y que el autor de la interpretación de
los sueños (Freud,1907, p.8).
En verdad aquello que marca el rasgo distintivo en la posición freudiana
es, justamente, otorgarle al soñante una participación subjetiva en la
producción del sueño, como resultante de la fuerza impulsora de un deseo.
Siguiendo el camino de Freud en el autoanálisis de sus propios sueños,
en tanto que en ellos también se constituye la invención misma del psicoanálisis,
recordemos que en la noche del 23 al 24 de Julio de 1895 Freud sueña con la
inyección de Irma. Según Serge Leclaire –discípulo
de Lacan-, este sueño:
no sólo realiza el deseo de
disculparse, sino sobre todo descubre el deseo fundamental de revelar lo que
está escondido, de violar regiones inexploradas, de arrancar un secreto, de
franquear (como héroe) los límites del conocimiento, deseo de transgradir (Leclaire, 1970, p. 29).
Cinco años después, en una carta
a Fliess, Freud escribe:
¿crees tú por ventura que en
esta casa alguna vez se podrá leer sobre una placa de mármol?: Aquí se reveló
el 24 de julio de 1895, al doctor Sigmund Freud el secreto de los sueños (Freud,
1900, p.457).
Freud dijo con la plena certeza que cada moción de deseo de un sueño
retornará inevitablemente en otro, adjudicándole al deseo la característica de indestructible. Por lo tanto, los sueños revelan la posición del
sujeto en el deseo, tesis que atestigua la posición de Freud también en su
deseo propio.
Recordemos un poco más; en una misiva posterior, Fliess escribe a Freud
(carta 84): “Me ocupo mucho de tu
libro sobre los sueños. Lo veo terminado ante mí y yo lo hojeo”. A la noche
siguiente Freud tiene el sueño de “la monografía botánica”, al respecto relata
en la misma correspondencia: “tengo
escrita una monografía sobre una cierta
planta. Tengo el libro, yase frente a mi, y estoy hojeando una lámina en colores doblada. Acompaña a cada ejemplar un
especímen desecado de la planta, a la manera de un herbario. (Freud, 1900, p.186.
Los destacados, pertenecen a las autoras). Freud interpretan que el
sueño es una respuesta a los reproches de su padre cuando, a los diescisiete
años, su pasión por los libros lo hacía endeudarse con el librero. Se abre una
secuencia desde el significante botánica
asociado a restos diurnos que remiten al significante flores: joven
floreciente, un marido que olvida llevarle flores a su esposa (se trata de un paciente de Freud); el ciclamen, la flor favorita de su esposa
que siempre olvida comprarle, en cambio ella siempre recuerda comprarle a él su
flor preferida, la del alcaucil. Esta
serie: botánica- flor- alcaucil- que
se asocia a “láminas de colores”, en las monografías (que eran su delicia en la
época de estudiante) le despierta un recuerdo encubridor de cuando tenía 5 años:
“Mi padre tuvo un día la humorada -apenas
justificable desde el punto de vista educativo- de entregarnos a mi hermana y a
mí un libro de viajes, con láminas de colores, el cuadro que formábamos deshojando
dichosos ese libro -al que fuimos arrancando las hojas una por una- (como un
alcaucil)”. Señala Freud, que
ese hecho lo bautiza como un gran aficionado a los libros, llegando a ser Bücherwurm, gusano de libros (ratón de
biblioteca, para nosotros en castellano).
Freud hizo de su singularísima lectura de los libros y de su vida dedicada
a la investigación del inconciente, una transgresión, una desfloración que nos
remite a pensar en su propia definición del análisis como descomposición de un
elemento en sus partes. Deseo liberado de la fascinación por el objeto: primero
aquel libro deshojado, luego el libreto de las histéricas por él inducidas.
Lo que Freud dijo de las mujeres
Este inigualable modo freudiano de
habitar el deseo, se rastrea, años más tarde, en sus reelaboraciones sobre la
feminidad. En la década del 30, Freud llega a la conclusión que quien seduce,
es la figura de la madre. Ya no se tratará más del padre como seductor, sino
del vínculo con la madre, que es original y primario. Freud -una vez más- se
autocritica, dice no haberse detenido lo suficiente en ese período. No se trata
ya de la cuestión edípica, sino que la revisión de su propia posición teórica lo
reenvía a una fase anterior. Cobrará prevalencia, entonces, la fase pregenital.
Así, en su conferencia de 1933 sobre la feminidad, Freud plantea “lo femenino”
como lo inefable, aquello inaprehensible, incluso para la mujer misma. Lo
femenino que no puede nombrarse, no da cuenta del devenir mujer.
Finalmente observamos que, se puede
señalar cierta dificultad para lograr una definición concreta de la identidad
femenina en la obra de Freud. Detención ética la de Freud que Colette Soler, en
su libro Lo que Lacan dijo de las mujeres,
resume de manera ejemplar a nivel de una dificultad freudiana:
El Edipo freudiano responde entonces a esta pregunta:
¿cómo un hombre puede amar sexualmente a una mujer? La respuesta freudiana,
reducida a lo esencial, es: no sin haber renunciado al objeto primordial, la
madre, y al goce que se refiere a ella (…) Freud intentó trasladar la
explicación hacia el lado femenino, pero encontró sorpresas y desmentidas.
Señalo, sin embargo, que al final, reconoció el fracaso de su tentativa. Su
famoso ‘¿qué quiere la mujer?’ lo confiesa finalmente y podría traducirse así:
el Edipo hace al hombre, no hace a la mujer (Soler, 20016, p. 25).
Para concluir
Freud ¿le mintió a sus histericas? Las histericas ¿le han mentido a Freud?
Lo importante, en todo caso es que le
hablaron -¡característica femenina por excelencia!-. Ahora podemos entender por
qué Lacan a la altura del Seminario 11 sostiene que las histéricas le
enseñaron a Freud el camino del inconsciente propiamente freudiano, y además,
nos atrevemos a afirmar que Freud no se quedo sólo con eso.
Lacan ubica el deseo de Freud en un nivel más elevado que el de la
histeria, otorgándole el estatuto -ni más ni menos- que de deseo original, un
deseo que a diferencia de otros es un “deseo como objeto”. (Lacan, 1964, p.21).
Deseo primero, fundante y fundamental que funciona en la comunidad analítica
como causa.
Creemos que todos estos obstáculos, (la biología, las mentiras, el más
allá, la mujer, incluso la muerte) más que límites, fueron complices inaugurales
del deseo decidido e inédito de Freud, inicial del psicoanálisis y del campo
que lleva su nombre. Campo que sólo fue posible porque su deseo era una excepción,
fuera de serie y único.
Un saber que claramente por sus resultados fue el primero que no le temió
al horror. En esa misma dirección, nos atrevemos a fantasear con cómo sería el
testimonio de pase de Freud en el dispositivo lacaniano y creemos que las
secuencias oníricas que aquí recordamos y sus interpretaciones, serían una parte
elemental, aquello mismo que indicaría la marca propia de su deseo de analista.
Bibliografía
-Freud, S. (1950), “Fragmentos de la correspondencia con Fliess”. En Obras
Completas, Amorrortu, Vol. I, Buenos Aires, 1989.
-Freud, S. (1900), Cartas a
Wilhelm Fliess. Amorrourtu editores, Buenos Aires-Madrid. 2008.
-Freud, S. (1906), “Mis
tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis”. En Obras
completas, Amorrourtu editores, Buenos Aires, 1989.
-Freud, S. (1885-1886) Informe sobre
mis estudios en París y en Berlín”. En
Obras Completas, Amorrortu Editores,
Vol. I, Buenos Aires, 1989.
-Freud, S. (1907), “El
delirio de los sueños en la Gradiva de W. Jensen”. En Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. IX, Buenos Aires, 1989.
-Freud,S. (1893),
“Algunas consideraciones con miras a un estudio comparativo de las paralisis
histéricas y motrices”. En Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. I, Buenos Aires, 1989.
-Freud, S
(1900), “La interpretación de los sueños”. En
Obras Completas, Amorrortu Editores,
Vol. IV, Buenos Aires, 1989.
-Lacan, J. (1964-1965), El Seminario 11. Los Cuatro Conceptos
Fundamentales del Psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2005.
-Leclaire,S. (1968), “Psicoanalizar”.
Siglo veintiuno editores, México. D.F., 1970.
-Soler, C. (2006), Lo que Lacan
dijo de las mujeres. Paidos, Buenos Aires, 2006.
-Stracheir, J. ( 1966), Nota
introductoria a “Informe sobre mis estudios en París y en Berlín” En Obras completas, Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1998.